domingo, 26 de mayo de 2013

Jesus of Nazareth (TV 1977)

"Jesús" (Robert Powell) y Ian McShane, un Judas a lo Kazantzakis

El scope de una superproducción realizada por todo lo alto junto con la reunión de muchas de las figuras principales del ecran e incluso de los escenarios internacionales son rasgos que identifican a una maravillosa interpretación de la vida de Cristo, que en Franco Zeffirelli tiene a un legítimo y --admitámoslo ya-- superior heredero del modelo definido por George Stevens y su Greatest Story Ever Told (1965), pero no son los únicos. Por lo pronto, el guión del novelista y erudito Anthony Burgess (autor de la célebre novella moral A Clockwork Orange) y de la legendaria productora Suso Cecchi d’Amico plantea la continuación de la crónica política ilustrada en el remake rayano de The King of Kings (1927), pero su ironía intertextual resulta muchísimo más sugestiva en otros aspectos del relato; por ejemplo, Herodes Antipas (Christopher Plummer) no es más que un aristocrático proto-Humbert Humbert casado con la mujer de su hermano debido a su lascivia indecible hacia la púber hija de aquélla, una Salomé que --también como en King of Kings (1961)-- nos invita a revisar nuestra frágil memoria libresca para ceñirle el tierno pero resbaloso talle y coronarla de una vez por todas como la primera Lolita de la historia universal.

 La española Isabel Mestres, femme-enfant fatale

Por otra parte, el elenco pletórico de nombres se encuentra idealmente a la altura de sí mismo: en general las actuaciones --y ya hemos mencionado la de un príncipe del arte dramático-- son conmovedoras y parecen tocadas por una inspiración poco menos que oportunamente divina. Destaquemos también a Olivia Hussey en el rol de la Virgen María, una figura de intemporal adolescencia como la quiso ver Miguel Ángel, porque, a diferencia de la hija de Herodías, es fuente de vida; a James Farentino en el de Pedro, un torbellino de conflicto y de fe que Jesús elegiría para liderar su Iglesia; a Peter Ustinov, el inolvidable artista como degenerado de Quo Vadis (1951), en el de Herodes el Grande (mejor dicho, el Infanticida); al moruno Yorgo Voyagis como José (el “padre” humano de Jesús); al salvaje Juan Bautista encarnado por Michael York, el pendenciero y felino Teobaldo de Zeffirelli; a la María Magdalena incorporada por Anne Bancroft, lejos de la tradicional imagen juvenil de la mujer caída que se halla aun en textos iconoclastas como La última tentación; a Ian McShane como un Judas de inocencia a la vez perpleja y desconcertante, casi escrito, precisamente, por Kazantzakis; al Pilato más culpable (y exculpador de los judíos como “los asesinos de Jesús”) del cine, interpretado con escalofriante convicción por Rod Steiger; y, como el Cristo, a un Robert Powell semejante a un lunático o un selenita, que aúna la belleza poética de un ser alienígena --la lectura más simple, sin embargo, también podría referirse al fenotipo de Jesús como una entronización “racista”-- con el naturalismo místico de un personaje del Greco hecho carne inmortal y sangre de misericordiosa redención.


Se trata, por supuesto, y sin ahondar más en sus cualidades, de una versión de obligatorio visionado para quienes, como quien esto remata, siempre se encuentran en busca de la belleza de la verdad y la verdad de la belleza, sin orden particular e injusto que lo bueno es uno y sólo puede provenir de Dios.

viernes, 10 de mayo de 2013

Rubia, mala y adolescente: Blue Jeans (1975)


Realizado por Mario Imperoli a mayor gloria de su musa, la mítica Gloria Guida, el presente thriller erótico es un muy buen ejemplo, si definitivamente no de oficio cinematográfico, sí de lo lejos que puede llegar el gusto exquisito de un artesano --que no sólo un artista puede ser un hombre sensible-- en cuanto al sexo “débil” como generador de toda una atmósfera, con potencial sublimador; es decir: la femenina hermosura (y sus virtuales e irresistibles, diabólicas tentaciones) como el verdadero aparato reproductor de un filme por otra parte bastante insatisfactorio. Ya había acertado Godard al declarar que todo lo que se necesita es una chica y una pistola. Bellísima y extremadamente sensual hasta decir basta, Guida es “Blue Jeans”, una escultural niña de dieciséis años (con piernas torneadas e interminables dignas del Buñuel más cachondo) que, a poco de iniciado el metraje, se nos revela como una artera prostituta callejera; sus “víctimas” suelen ser hombres pequeño-burgueses de mediana edad, comprensiblemente encandilados por el atractivo engañosamente maduro de la jovencita. Luego, el retrato que hace Imperoli del meretricio infantil no es crítico ni de denuncia, aunque hacia el final de la cinta (de inmediato, empero justificado y sorpresivamente discreto, sensacionalismo) haya señas de lo contrario. En su mayor parte --por lo menos--, Blue Jeans se abstiene de retozones e inclusive escamotea al espectador la desnudez integral de su titilante estrella (fatal encarnación siempre y claramente más próxima a la Lolita de Kubrick o Adrian Lyne que a la novelesca original), para subrayar más bien el atractivo ambivalente de su profunda ingenuidad y desvalimiento: en otras palabras, su carácter de niña-mujer como cebo hábilmente jugado. De todas maneras, la presencia perturbadora de la pequeña Gloria se impone demasiado fácilmente sobre un guión con más relleno que suspenso y una producción torpemente fotografiada con necesidad de los tijeretazos de un eficiente montador (que, además, y acaso con la ayuda de un mejor regista, sepa sacar más partido escénico a una actriz físicamente, ya que no histriónicamente, sin pierde).