lunes, 29 de junio de 2015

Mis libros de cine favoritos en esta temporada

1. Leído en 2007, en su edición original. Todavía la lectura que más me ha satisfecho. 5/5

2. El mejor libro de no-ficción que leí (y en su edición original) en 2013. Un libro de estilo apropiadamente poético, bastante perfecto, aunque todavía no estoy seguro de quién le rompió la nariz a Brando --¿se sabrá alguna vez? 5/5

3. Fundamental para conocer la actitud del autor de American Gigolo ante las imágenes de celuloide. Leído en 2015, en edición traducida. 5/5

4. También leído el presente año, en su edición original. A diferencia de Schrader y su fascinante rigor académico, Biskind no explora todo lo que uno quisiera en un proyecto que requiere exhaustividad, y sus opiniones personales son a menudo muy discutibles. Pero aunque no se trata de la declaración definitiva sobre el Nuevo Hollywood --como algunos podrían pensar, erróneamente--, es una crónica de inevitable encanto. 4/5

5. Vadim, cineasta y bon vivant extraordinaire, se llevó dos tercios de su secreto como amante de lo bello a la tumba. Estas memorias demuestran además su pluma ágil y elegante, y una nada sorprendente facilidad para la observación profunda y la reflexión vibrante e inusitada. Leído en 2015, en traducción. 4/5

Mención honrosa: Al libro de Tucker le falta rigor, e incluso contiene ciertas erratas precisas (como la de confundir dos películas inconfundibles de Jimmy Cagney). Pero, por supuesto, su tema es embriagador, y se esfuerza por cubrir todos los frentes otorgándoles más equilibradamente lo que les corresponde en justicia, a diferencia del libro de Biskind. Leído en 2013, en su edición original. 4/5

domingo, 14 de junio de 2015

Arte o incompetencia: The Brown Bunny (2003)


La obra más controvertida del peculiar Vincent Gallo basa su originalidad, lícitamente, en una serie de referentes del cine americano e internacional: hay quienes mencionaron Two-Lane Blacktop (1971), nosotros aún recordamos Teorema (1968) (el emblemático “Tears for Dolphy” del soundtrack no es ninguna coincidencia), Bobby Deerfield (1977), las producciones de Andy Warhol. Pero originalidad no siempre significa efectividad, solvencia artística. The Brown Bunny es una road movie bastante aburrida si no se le presta una atención aplicada, y puede servir como diligente somnífero si se está falto de apropiado descanso… Sin embargo, con todo y que no deja de ser en algún sentido una pieza frustrante por lo que posee de potencial para haber sido algo más --aunque en ese caso probablemente estaríamos discutiendo un film muy distinto--, Gallo narra en ella una historia deshilvanada a la vez que indeciblemente trágica, con un protagonista que vive desde dentro una evolución invisible para el espectador externo, a quien la sorpresa del final revela no solamente el mecanismo anticonvencional del relato sino también sus propias, individuales “limitaciones” (si se quiere llamarlas así) a la hora de aproximarse a las imágenes de la contemporaneidad en la pantalla.


Tal es que, con harta facilidad, el art film de nuestro comentario exaspera a una audiencia que no ve el momento de que concluya, y además atiza su curiosidad respecto de la infame escena por la cual (si es del género masculino, con mucha probabilidad) decidió echarle un vistazo. Irónicamente, y acaso alguna porción de la platea llega a ser consciente de ello, el acto sexual documentado --una felación practicada por el personaje de la actriz Chloe Sevigny-- es menos pornográfico que legitimador de un estilo ajeno a las expectativas comerciales.




No obstante, en medio de su montaje extremadamente laxo y su voluntad marginal --subrayados por la vocación underground de su ejecución minimalista--, The Brown Bunny ofrece insulares momentos de una belleza iluminadora, arrebatadora, incuestionable aun (o debería serlo, creemos) para los reticentes a sumergirse en la aparente inercia vacía de su trama o para los no iniciados en una actitud provocadora que va de la aprobada Buffalo ‘66 (1998) a los servicios carnales propuestos en una página web. El cineasta no sólo se descubre como un artista audiovisual en esas felices combinaciones de música y fotografía que producen asociaciones íntimas de lo más insólitas y personales en lo profundo del espectador (que todavía sigue viendo la película), sino que también las viñetas existenciales que describen el periplo de su alter ego poseen una cualidad mágica posiblemente extraviada en el tono hermético del relato, hasta que el intenso remate del film se acerca a una cierta reivindicación de su expresividad, aun de su característica global de inconexión.


Porque eso es de lo que el individualista trabajo de Gallo (director, editor, guionista, estrella, camarógrafo, etc.) trata: la irreversible soledad de un individuo golpeado bajo por la vida, que se reconoce a sí mismo en otros seres (fantasías afectivas y fantasmas del pasado incluidos) e intenta conectar con ellos, así como el espectador con él; aunque, como la existencia sin sentido que respira en cada secuencia, estamos ante una desesperación que lo retiene alejado de los demás tanto como nos sugiere que la tragedia del mundo es una experiencia compartida por todos. De cualquier manera, el retrato del héroe afligido de The Brown Bunny --Bud Clay, un corredor de motociclismo en ruta a través de los Estados Unidos hacia otra competición, aunque esto sea tan significativo como el inmanente descosido de su único blue jean--, con lo egocéntrico/narcisista que tiene todo el derecho de ser, nos mantiene a una distancia tan insalvable de su propia interioridad, que cualquier pepita de oro encontrada durante el trayecto es casi mejor considerada después de una experiencia cinematográfica marcada por una cierta pasiva agresividad. Se trata de un objeto depresivo y deprimente que persigue al espectador por días, pegado a sus talones. (La calificación tentativa de 2/5 que le di al cabo de verla, hace una semana, debe ser ahora un 2.5/5, más justo, creo, respecto de las concomitancias señaladas en el presente artículo.)