martes, 16 de febrero de 2010

Fantasma



Yo conocía a Erik, ese espíritu excelente, aquella persona incomprendida y rechazada como el Fantasma de la Ópera, gracias a películas que miraban oblicuamente su biografía, como El museo de cera (House of Wax, 1953), o que la interpretaban como lo que fue, la pasión de un cristo profano, descendiente legítimo de un par de Mary Shelley llamado Gaston Leroux. El Fantasma del Paraíso (Phantom of the Paradise, 1974) es la última o la única obra cinematográfica que recuerdo preocupada por hacerle justicia al protagonista de esta verdadera tragedia, por evitar convertir a la criatura en monstruo.


La película dirigida por Rupert Julian y producida por Carl Laemmle en 1925 no es, sin embargo, condenable desde la misma perspectiva de igual modo que el Frankenstein “perpetrado” por James Whale en los treintas y también auspiciado por Universal. ¿El motivo? Quizá no el único, pero sí el principal: Lon Chaney. Su portentosa caracterización, a diferencia de la magistral intervención de Boris Karloff en el título citado, otorga una pureza al personaje que ningún elemento de la realización puede negar. Como espectadores, carecemos de la información necesaria sobre Erik, pero la actuación poética de Chaney torna inmediatamente confuso, accesorio y hasta sospechoso lo que se pretende decirnos de él. Eso sí, hay una secuencia absolutamente digna del talante de su protagonista, y que debe de ser uno de los primeros ejemplos de la influencia de Edgar Poe en la historia de las películas: un baile de máscaras filmado en technicolor donde aparece la Muerte Roja. Un momento después, Erik sorprende la traición de su amada.