sábado, 31 de marzo de 2012

Untraceable (2008)


Gregory Hoblit es uno de esos realizadores que, sin ser necesariamente considerados como auténticos artistas de la gran pantalla, poseen un talento innegable que los hace merecedores de la atención de crítica y público. Su debut como director de cine tuvo lugar en 1996 con un inmediato suceso estelarizado por Richard Gere, en el cual sin embargo fue el también debutante Edward Norton quien se hizo de los mayores honores en su lucido papel central.

La raíz del miedo (Primal Fear), como se tituló el filme, ponía en tela de juicio un sistema legal basado en la fría competitividad de los hombres de ley, una situación en la que la justicia tenía muy poco o nada que ganar. Hoblit exponía los entresijos de un mundo despiadado que simplemente ofrecía un reflejo del que esperaba a que la audiencia terminara de ver su película.

A diferencia de Fracture, su película del 2007 en la cual Anthony Hopkins se enfrentaba a un joven fiscal tan lleno de entusiasmo como de recursos, en Sin rastro (Untraceable) Hoblit retorna a la intriga que tan elegantemente supo brindar en La raíz del miedo, un escenario caracterizado por el suspenso y un sentido trágico de la vida que trasciende el mero quehacer narrativo y sus finezas técnicas.

Ya sean abogados o agentes de la policía, los héroes de Hoblit pretenden ser además tan defectuosos como virtuosos pueden ser los villanos de turno, casi siempre psicópatas o mentes criminales privilegiadas de un modo u otro; cuando lo logran, su cine es un entretenimiento de lujo, provocador. Pero cuando un tema como el de Sin rastro encuentra a un realizador como Hoblit, lo cuestionador que resulta lo que vemos desplegado en pantalla confirma la supervivencia del cine de género como algo más que un espectáculo a la hora de consumir palomitas de maíz.

La elegancia de La raíz del miedo, thriller suntuoso y virulento, es remplazada en Sin rastro por un ritmo igualmente evocador del fatalismo característico del film noir, pero con la urgencia casi imperceptible del trajín de nuestros días, una forma de ser humanos influenciada precisamente por el rol que la tecnología y la informática cumple en la actualidad. Lo que no deja de ser una gran ironía –y si nos percatamos de ello, Hoblit lo exhibe como uno de sus ases–, pues ahí están las mismas reveladoras muestras de pobredumbre moral de siempre.

Incluso el duelo entre los buenos y los malos ve perderse progresivamente su alarde de intelectualidad a medida que la corrupción tiñe todo con imágenes que lejos de ser el horror en su esencia, son solamente atisbos, mínimas pistas o señales sugerentes de lo que constituye su verdad. El verdadero horror está en nosotros, los espectadores de esta cinta sobre la ética de lo visual y las consecuencias que asumimos a través de la responsabilidad, no ya de nuestros actos, sino de lo que nos permitimos ver –no existe la indiferencia involuntaria, porque el mirar es una conducta activa.

Diane Lane es la heroína tenaz que, armada de su vulnerabilidad de mujer, deja atrás su pasado de detective del FBI tras la pista de criminales en la internet para sumergirse en las tinieblas del espanto, cada vez más cerca de ella misma y de quienes más quiere. El tiempo sólo puede traer consigo algo peor, y lo indecible se presenta un día en la forma de un sitio web titulado Killwithme (Asesina conmigo).

En él se tortura y mata con velocidad distinta según la ocasión, desde un inocente gato hasta un conocido reportero de televisión, ante la mirada cómplice de un sinnúmero de visitantes, quienes con su ascendente frecuencia aceleran el inexorable deceso de la víctima escogida, dispuesta con la sofisticación de la crueldad gratuita. Mientras todo esto sucede, el asesino y su público se comunican a través de un chat room convenientemente habilitado, donde se deja constancia de la bajura a la que los individuos pueden acceder de un modo totalmente conciente.

Cazar a este asesino en serie no será nada fácil, dadas las habilidades que posee en computación y a la firme voluntad, no exenta de razón, con que ejerce sus injustificables actos. La humanidad de este criminal le da una vuelta de tuerca al perfil del villano cinematográfico en el contexto que Hoblit y su equipo de colaboradores tan bien han sabido recrear.