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sábado, 22 de noviembre de 2014

Kazan, la adolescencia y el cine: Crime in the Streets (1956)


Durante el auge de las llamadas JD movies --las iniciales son por Juvenile Delinquents, pero perfectamente podrían serlo por Jimmy Dean-- gracias a Brando en The Wild One (1953) y, muy especialmente, el éxito y consagración definitiva de toda una sensibilidad generacional debidos a Rebel Without a Cause (1955) (realizada por Nicholas Ray, primer heredero de Elia Kazan), la Metro produjo uno de sus films menos típicos y más socialmente comprometidos, en una tradición que se puede rastrear hasta películas como Dead End (1937) y que tenía ejemplos tan originales y recientes como Dino, estelarizada también por el emblemático Sal Mineo --sin olvidar, claro, el fresco y visceral impacto de Blackboard Jungle, del también kazaniano Richard Brooks, que empezó a borrar las insuficientes cuitas de Andy Hardy como el púber marcado en el ecran. Sin permanecer en el ángulo paternalista de Jungle --algo perfectamente aceptable, y compartido por films didácticos de valor como Boy with a Knife--, Crime in the Streets asume la postura (desgarbada, a lo Dean) de Rebel, pero esquivando holgadamente las bajuras éticas de tantas JD movies desde entonces, que no eran sino cine sensacionalista, de explotación.


En esta oportunidad, la realización corre a cargo de uno de los artistas más técnicamente prodigiosos del cine, Don Siegel, y en el reparto podemos encontrar a Mineo, Mark Rydell y a James Whitmore, el actor y profesor de actuación que alguna vez fue mentor de Dean --no como Lee Strasberg, que mucho menos enseñó nada a Brando. Haciendo su debut en el rol protagónico, John Cassavetes lleva a cabo una asombrosa interpretación rebosante de rabia y dolor adolescente, algo que de cierta manera (en su brandiana raigambre poética) prolongó en Edge of the City (1957), el debut directorial de Martin Ritt propiamente al estilo de On the Waterfront. Como el mejor actor de la historia --y es inevitable imaginarse lo que habría hecho su primer émulo, el inmortal Jimmy, en un personaje cortado a su medida-- bajo la dirección del inimitable maestro Kazan, Cassavetes logra acaso algunos de los momentos de sublimidad más humanos en una pieza dramática (escrita por Reginald Rose, el autor de Twelve Angry Men), guiada con pulso firme por el director de Dirty Harry y Charley Varrick, que se inscribe dentro de un subgénero privilegiado e irrepetible, cuyos orígenes están en el nacimiento mismo de la revolución actoral en el cinematógrafo, como podrán confirmar los lectores que (re)visiten la prueba de cámara de Brando para el proyecto Rebel Without a Cause rescatada en la última edición de A Streetcar Named Desire. 5/5

martes, 30 de septiembre de 2014

Septiembre 30, 1955


En 1953, un Brando rotundamente icónico arremetía contra el moralismo norteamericano y occidental con toda la intensidad de su legendario balbuceo. “Whadda you got” era la única respuesta del protagonista de The Wild One a la pregunta de contra qué se rebelaba.


Sólo meses después, un estudiante de la Universidad de California que físicamente se le asemejaba, Corey Allen, contestaba la inquisición que se le hacía con una frase de parigual contundencia: “You gotta do something, don’t you?”. Sólo que la situación era totalmente otra. El amistoso inquisidor era el alter ego de Brando en Rebel Without a Cause. Era Jimmy Dean.

Dean en el camerino de Geraldine Page

Ríos fugitivos de tinta sería una frase trilladísima, pero es lo que ha corrido durante casi sesenta años acerca de la obra romántica del director Nicholas Ray y su estrella. Y no todo ha poseído un cariz puramente positivo. Que Dean no es el verdadero rebelde en la película, que el estilo maniqueo de Ray intenta emular al complejo de Kazan con resultados desiguales, que la cinta no tiene una importancia intrínsecamente cinematográfica sino que posee el indudable don de la circunstancia histórica oportunamente asimilada, que Dean desea ser Brando pero ni se le acerca. Lo cierto es que sólo el cine hecho con talento más que considerable puede suscitar tanta discusión aún después de medio siglo.


La trama de Rebel Without a Cause no es lo de menos, por supuesto, pero, como sucede con las demás grandes piezas del todavía joven Séptimo Arte, su actual impacto es producto de la sensibilidad con que están plasmados sus temas. El carácter arquetípico de ciertas escenas, tales como la de la pelea con navajas en el Planetario o la simplemente prodigiosa de la carrera de autos robados, se mezcla con elementos no completamente desarrollados sino más bien apuntados, que sin embargo así recargan a la película de exuberancia pasional: el homoerotismo que subyace en la relación entre Dean y el personaje de Sal Mineo, y aun en el intercambio hostil entre Dean y Allen; el complejo de Electra (la confundida Natalie Wood y William Hopper como su padre); la naturaleza misteriosa de la problemática humana en general, adolescente en particular, filosóficamente existencial y espléndidamente señalada en la escena al interior del Planetario.


No puedo dejar de mencionar, en este brevísimo homenaje, los contenidos que ironizan un poco sobre el ascendiente de Brando en la cultura juvenil de la época. Cuando Allen aparece por primera vez, clama por su chica al grito de “Stella!!!”, el estridente emblema verbal de A Streetcar Named Desire. Dean, a su vez, se muestra como una alternativa a la hegemonía del intransigentemente rudo divo, siendo él la víctima de los atropellos de una pandilla delincuencial como la que asolaba el pueblo de The Wild One.


Como todos sabemos, la alternativa prosperó y Dean heredó el trono de Brando e incluso lo superó en cierta medida, pues su prematura muerte sólo confirmó su influjo socio-cultural. Así lo demuestra el éxito universal de Rebel Without a Cause, una imperecedera obra de arte, un título que se halla en plena vigencia.