miércoles, 25 de julio de 2012

The Amazing Spider-Man (2012)


Antes de nada: mi sesión estuvo plagada por dos cosas: en el Cineplanet al que asistí (en Lima), parecía que iba a ver esta especialmente anticipada película muy bien, ya que no había nadie en las butacas inmediatas; sin embargo, luego se hizo evidente un pequeño grupo bastante desagradable más arriba (se reían holgadamente durante escenas como la de la muerte de Ben Parker, por ejemplo, …todo el tiempo), y, además, el rollo se desintegró (cuando Peter y el Dr. Connors tienen su primera entrevista) y la proyección fue interrumpida por muchos minutos. Al volver --sin incluir la parte del diálogo que se quedó colgando--, una bruja del grupo (que no lucía como Eva Green en Dark Shadows, por supuesto) me arruinó el momento idílico entre Gwen y Spidey al cobijo de los pasillos estudiantiles, presionando el interruptor de las luces de la sala justo al lado de la pantalla. Y el volumen, mínimo durante todo el film, fue silenciado por completo cuando empezaron los créditos finales --y todavía faltaba una escena. Lo dicho, adoro ir al cine.


Y lo que me queda de la cinta dirigida por Marc Webb --el mismo de (500) Days of Summer-- ha sido teñido por todo ello, pero creo ser capaz de proveer algún testimonio objetivo. Se trata sin duda de un producto hecho a la sombra del Batman de Christopher Nolan (The Dark Knight y su lastre moralizante, en particular), y hay precisamente una oscuridad que se persigue conscientemente, una cierta densidad gótica incluso. La fotografía es, pues, de una calidad claroscura en los antípodas de la imagen diáfana que exhibía la historia contada por Sam Raimi en Spider-Man (2002). En este sentido, los efectos especiales no son necesariamente mejores, pero sí han adquirido, dentro de las mejores escenas en todo caso, un matiz realista que les concede una ventaja cualitativa casi cuántica con respecto de la trilogía precedente (que contenía, sin embargo, una secuencia tan insuperable como la del tren en Spider-Man 2), puesto que el espectador es obsequiado con otro nivel de ficción, uno menos superficialmente conflictivo y más intrínseco, persuasivo. Tal nivel de la ficción --exactamente como uno de los tantos niveles del sueño en Inception, de Nolan-- logra, no obstante, un éxito muy mediano en esta recreación, tal vez demasiado limitada (el diseño del Lagarto es bastante incompleto y zafio) o repetitiva (y la dualidad del Trepamuros en manos de Raimi poseía más encanto..., ¿o era sólo Tobey Maguire?), del mundo del superhéroe insignia de Marvel y Stan Lee (quien tiene un cameo imperdible, dicho sea de paso), al menos en comparación con aquel absoluto renacimiento que fue el apoteósico Batman Begins (2005). Mención aparte se merece la esplendorosa Emma Stone en el rol de Gwen Stacy, personaje que antes estuvo a cargo de Bryce Dallas Howard (en la infravalorada Spider-Man 3), pero que esta vez consigue un peso importante en la narrativa y cuya intérprete no sólo adorna con sus pecas y sus ojos infinitos, sino que imbuye de una entidad femenina afortunadamente muy de nuestros días.

sábado, 7 de julio de 2012

Algunas películas de Nora Ephron


When Harry Met Sally… (1989)

Para Chelsea

Tal vez mi sempiterno interés por lo romántico en su acepción más idílica, más relacionada con lo femenino, tiene sus raíces en eventos tan singulares para mí como el siguiente: Cuando yo era un niño todavía, mi padre vio Harry y Sally y le encantó. Esto sucedió en la época en que mi cinefilia no había cuajado aún en una vocación vehemente y sistemática; ni era consciente de ella. Mi padre y mi hermana veían, de hecho, muchas más películas que yo en mi adolescencia, aprovechando los ciclos televisivos de matinée y demás. Los fines de semana, mi padre se quedaba a ver el cine continuado de trasnoche cuando no había transmisión de alguna pelea de boxeo. Fue una de aquellas madrugadas que yo pasé por la sala de nuestra modesta casa, y le pregunté acerca de la película que estaba viendo --en la cual aparecía este actor gracioso y pequeño acompañado todo el tiempo por esta chica rubia y hermosísima, y varias parejas de avanzada edad hablándole cada tantos minutos a la cámara, y en la que nada parecía ser acción ni aventura ni violencia ni nada de lo que yo sabía que a él le atraía en una historia. Me respondió que era una gran película.

Si tomamos en cuenta que el pequeño televisor a blanco y negro en que mi papá supo apreciar la comedia de Rob Reiner y Nora Ephron no era el medio más adecuado a su sofisticación humorística y audiovisual, advertiremos o recordaremos la sutileza intelectual, sobre todo la naturaleza amable que la impregna, una acaso inevitable sensación de déja vu tras tantos rollos neoyorkinos del genio neurótico de Woody Allen --quien es una innegable influencia en la cinta, pero sólo lo necesario, justo antes de complicar y tergiversar las cosas: comparen sino a Sally Albright con Annie Hall-- y la casi opuesta comodidad de sentirnos espectadores cómplices de una relación que nos involucra con enorme facilidad, a lo largo de sus etapas durante doce años y tres meses, como hombres y mujeres que somos, …y también como buenos amantes del show business y de los standards de las big bands a través del cine americano de la vieja guardia. Recordemos que el tema principal de la música popular ha sido siempre el amor, y que no hay nada más íntimo, simple y enredado, antiguo y novedoso al mismo tiempo. De ahí que, al son de Sinatra y durante otra Noche Vieja más, dos amigos casi fraternos terminen estando completamente juntos.


Así pues, la universalidad y accesibilidad de Harry y Sally son cualidades incuestionables para gente muy diversa, de cualquier edad en cualquier parte del mundo. Rob Reiner llamó a Nora Ephron, escritora con ya un bestseller novelístico (Heartburn) y un exitoso film (Silkwood) en su haber, para estructurar y desarrollar narrativamente un guión sobre experiencias personales que después, en el transcurso de la preproducción y del rodaje mismo del largometraje, serían compartidas y ampliadas por otros miembros del equipo creativo. Esta clase de trabajo colaborativo, que incluyó improvisaciones escénicas y diálogos interrumpiéndose constantemente como marcas estilísticas de mucha importancia, muestra la impronta creativa de Robert Altman, quien en un film sumamente subestimado --tal es Popeye-- había optado por contar una historia vieja como el mundo de la forma más personal y característica posible, creando en el ínterin una obra maestra de la adaptación historietística, del musical y de la comedia a secas. A su vez, el director Reiner utilizó sabiamente su condición de cómico nato para equilibrar lo que era originalmente una exploración motivada a partir de su experiencia de hombre recientemente divorciado y desorientado en su ansiosa nueva soltería. Ephron, que en la mencionada Heartburn había vertido sus propias emociones de mujer confrontada con una dura separación conyugal, era una escritora y artista educada en la sonrisa (y la risa en el más ideal de los casos) como antídoto contra la realidad destructiva: su humorismo era un festín de optimismo que ni siquiera esperaba que el tiempo pasara y ya estaba convirtiendo la oscuridad temporal en luz perseverante y triunfante. Es lo que hace de Harry y Sally un clásico de la comedia romántica de todos los tiempos.