[Dentro de un año ya se estará exhibiendo por estas fechas The Dark Knight Rises, así que he decidido publicar el siguiente artículo (que escribí con motivo del estreno mundial de su antecesora el 2008) en éste mi blog; un artículo enviado muy puntualmente, y desafortunadamente publicado demasiado tarde (!?) en un blog de administración ajena --y negligente. Crucemos los dedos por que el nuevo filme de Nolan sea tan memorable como Inception.]
El Joker en la manga
Hacía mucho tiempo que una producción cinematográfica no concitaba la atención y el desmedido entusiasmo de la audiencia internacional más allá de los límites propios de las campañas de marketing de Hollywood, incluso de aquéllas que se sacan la lotería a costa de la desaparición prematura de una estrella y la necrofilia de un público ávido de efímera inmortalidad. Lo que Christopher Nolan ha conseguido con la segunda parte de su propuesta renovadora de Batman (y, en cierta manera, de la traslación del lenguaje de la historieta al soporte de celuloide), no obstante la confusa perspectiva de su calidad intrínseca y la inmediatez abrumadora de su carácter cultural, es un asunto que debe ser zanjado relativamente en el presente si es que se quiere sacar algo en claro de todo ello.
Compruebo que IMDb exhibe aún a The Dark Knight en el trono de su Top 250, es decir: The Godfather (1972), probablemente la más grande historia jamás contada por las imágenes en movimiento, sigue su aventura insólita de Ricardo Corazón de León en Tierra Santa, mientras que Juan Sin Tierra enmascarado luce una corona que no le pertenece en legitimidad. No es suficiente que un filme se considere a sí mismo con seriedad (mucho menos si ésta es excesiva), ni tampoco que su materialización en la vida personal y colectiva satisfaga la necesidad imperiosa de héroes y mitos de la especie que sean, a partir de un resultado que en términos exclusivamente artísticos es bastante discutible, para que pueda ser elevado a tan egregios altares. La intensidad del fenómeno presagia su corta duración, aunque esta vez parezca tratarse de una situación más próxima a una sensibilidad cinematográfica propia de estos tiempos que a un capricho popular ajeno.
Sin embargo, The Dark Knight es una expresión ejemplar del universo de un autor que más que importante es peculiar, lo que no reduce en absoluto el interés que su breve filmografía provoca, sobre todo en el contexto del cine comercial, de género y en especial del que se ocupa de los súper héroes nacidos en la industria del cómic; se trata de una artesanía con pretensiones de arte, en el mejor sentido de la frase. La figura nocturna de Batman y su condición ambivalente en el mundo que se desenvuelve a su sombra evocan en Nolan los demonios individuales que han sabido tocar una fibra íntima en su legión de seguidores, aquéllos que desde su éxito en el año 2000 con Memento lo han colocado en un lugar privilegiado entre los cineastas de su generación. Después de los sensacionales fracasos de las últimas películas de la franquicia, dirigidas por Joel Schumacher, todo parecía indicar la sepultura definitiva del camaleónico encapotado. Lo que nadie consideró es que, aun cuando no fuera un vampiro transilvano, este murciélago gótico también pudiera ser capaz de resurgir de entre las cenizas de la derrota mercantil. El 2005 vio tal resurrección con el título de Batman Begins, una reelaboración del universo creado por Bob Kane y Bill Finger en 1939, y la primera etapa de una revolución creativa liderada por Nolan, de la que The Dark Knight es supuestamente una culminación no por esperada con cierta ansiedad menos sorpresiva y apoteósica.
Más allá de la admiración incondicional que ha tentado a la mayoría, los más inteligentes espectadores de la cinta han notado e incluso subrayado sus aspectos menos rigurosos o felices, detractores de una perfección que no necesitan para alterar un ápice su afecto por una obra a la que los une originalmente la identificación con una moral y una actitud fuertemente influenciadas por el impacto de los actos terroristas del 11 de septiembre de 2001. Tal desgarro existencial es inherente a la transformación que la fantasía de Batman ha sufrido en el cine --eslabón postrero de unas circunstancias evolutivas ya evidenciadas en las viñetas.
También es el síntoma de una sintonía colectiva que posee las características reflejadas en el film noir y en la postura desesperada de la generalidad del cine americano de la posguerra, indeciso entre el idealismo utopista y el pesimismo nihilista. La ambigüedad filosófica de The Dark Knight es, empero, de una ingenuidad exasperante, debido a la crudeza de su concepción. Y es esto lo que finalmente la hace quedar muy lejos de la grandeza que tantos le adjudican.
The Dark Knight no deja de ser un buen largometraje, cuya desatada violencia alcanza grados efectivamente perturbadores. Encarnación de lo que de más extraordinario existe en el filme, el Joker interpretado por Heath Ledger por sí solo se basta para imprimir sobre los fotogramas en los que aparece la profundidad que permanece latente y frustrada en el resto de la intriga. Payaso diabólico tan absurdo como creíble, en manos de Ledger el archienemigo del Hombre Murciélago se convierte en uno de los villanos más interesantes del ecran.
Sus acciones injustificables producen el caos y la destrucción, y la única verdadera justificación para el visionado de una cinta que su rictus sardónico domina desde el momento en que se enfrenta, aparentemente indefenso y temerario, a los matones del gangster Maroni (el “resucitado” Eric Roberts). Todo el espíritu oscuro de que Nolan es capaz se concentra en la memorable presencia del Joker, un fantasma nacido de las ruinas cotidianas y reales, una extensión de la pesadilla del hombre contemporáneo.