Louis Malle (1932- 1995) fue un cineasta irregular, diverso e interesante. Inició su carrera con Ascenseur pour l'échafaud (1958), una de las películas clave del ecran francés, y filmó una memoria inolvidable acerca de la infancia a la altura de las de Truffaut, Au revoir les enfants (1987). Pero también torturó y mató pollos por amor al arte en la nefasta Lacombe Lucien (1974), lo que acaso le granjearía seguidores inusitados como John Waters o el ne-fando Alejandro Jodorowsky. El estilo aparentemente indiferente, casi amoral de Malle, sin embargo, produjo buenos resultados en otros filmes aún hacia los 90s (Damage). Uno de aquellos filmes es sin duda y con razón uno de sus trabajos más conocidos, el cual trato a continuación.
En Pretty Baby (1978) se nos presenta de nuevo una realidad dura y observada con énfasis en la observación como un procedimiento, más que pasivo, impotente ante aquella realidad que agrede y ofende. Malle pretende ser un documentalista de la ficción otra vez, aunque ahora su mirada fría no puede evitar la ternura y el calor inocente de la protagonista, una niña de 11 años con rostro de mujer encarnada por Brooke Shields. Nos encontramos en la segregacionista e hipócrita New Orleans de 1900, dentro del burdel más prestigioso de la ciudad, frecuentado por senadores, especuladores y aventureros por igual. Es en este ambiente que viven la pequeña Violet (Shields) y su madre (Susan Sarandon), quien es una de las prostitutas bajo la tutela de Madame Nell (Frances Faye). Eventualmente, Violet, una pequeña librepensadora y voluntariosa, tendrá que convertirse también en prostituta, así como su madre y su abuela antes de ella, para someterse a ese destino individual que el director suele plasmar en sus cintas como una tragedia de repercusiones colectivas.
Cuando el amor se introduce como un elemento necesariamente redentor, la misma atmósfera anormal que respira el espectador y finalmente los intentos por corregir de algún modo cuales sean los efectos perjudiciales y la dirección social de la vida en Violet también logran su claudicación. La relación entre aquel fotógrafo sensible (Keith Carradine) de 30 y pico y la niña es observada con proverbial objetividad: él tiende al abuso, ella lo quiere pero acepta de muy buen grado la oportunidad que se le ofrece de dejar de ser una mujer para habitar otro mundo bajo el mismo cielo.
Pretty Baby no es en absoluto deudora de ninguna modalidad de la pornografía --la mirada de Malle incluso está lejos de ser clínica y abraza una cierta discreción, un cierto buen gusto que llega a ser insólito pudor--, y la controversia que causó en su estreno se debió más a Shields como actriz que como personaje. Violet es el hilo conductor, el hilo de Ariadna que nos guía por los rincones sin malicia y los cuartos sin cerrojo de su propia historia. La actuación de Shields es notable y proporciona al filme sus momentos más preciados, una agridulce mezcla de ingenuidad y nostalgia de un tiempo que se sabe próximo a perderse. Además el director cuenta con la acertadísima colaboración de Faye en el rol de la infeliz madame, y el mejor registro dramático de Antonio Fargas fuera de Starsky & Hutch. Un soberbio diseño artístico y de vestuario, así como las notas musicales del ragtime de la época, complementan ese cuadro de costumbres --con colores pastel dignos de un impresionista-- que es esta película capaz de involucrar al espectador a través de una distancia histórica y estética.