El sutilmente prodigioso filme de
Ricardo Franco se abre como lo hacía La semana del asesino (1973): con el espeluznante
escenario de una matanza o matadero de reses; pero pronto se desviará de
cualquier tópico macabro --aunque la reivindicable obra de Eloy de la Iglesia
trazaba así una genial parábola de la maldad-- tratado superficialmente (i.e.,
¿por qué me va a interesar una película cuyos sufridos personajes muestran
tamaña indiferencia ante la injusticia cometida contra esas inocentes
criaturas?, no importa si yo mismo me embuto un seco de cabrito un día sí y
otro también) ya que éste es el camino que suelen transitar las películas
inspiradas en los más abismales posos de la insensibilidad humana. Más bien,
después de que llegamos a un cierto punto, acertamos en adivinar que La buena
estrella es sobre todo un drama interior, en el cual los tres protagonistas no
podrán evitar enseñarnos de qué están hechos en todas sus aristas y
dimensiones.
Por esto, la tragedia quieta, estoica,
pero visceralmente desgarrada, como una vaca en un matadero, del noble
carnicero Rafa (Antonio Resines), la prostituta tuerta Marina (Maribel Verdú) y
el singularmente encantador pandillero Dani (Jordi Mollà), los ángulos
indispensables de un ménage à trois tan impensable como revelador, logra dar en
el blanco de todas las regiones a que apunta: la compasión, la solidaridad y la
fe del espectador, entre ellas. Al cabo de una experiencia vital, lo sentimos,
durante la cual hemos estado tan cerca de estos personajes, de estas personas,
virtualmente, que hemos podido descubrir en ellos aquellas precisas cosas
nebulosas que nos provocan aun pavor e inusitada admiración en nosotros mismos,
que los hemos conocido y llegado a querer como a poca gente de la realidad
circundante, recordamos por qué el cine es un arte infrecuente capaz de sumar
más humanidad a la que poseemos y, encima, una privilegiada consciencia de
ella. La buena estrella es una película de técnica sobria y espíritu superior
que mira con objetividad resignada la manera terrible y natural, suave y
conflictiva en que la noche y el día procrean, en su inextricable devenir
circular, el mundo. 5/5