viernes, 6 de febrero de 2015

Sobre lo interior: La buena estrella (1997)


El sutilmente prodigioso filme de Ricardo Franco se abre como lo hacía La semana del asesino (1973): con el espeluznante escenario de una matanza o matadero de reses; pero pronto se desviará de cualquier tópico macabro --aunque la reivindicable obra de Eloy de la Iglesia trazaba así una genial parábola de la maldad-- tratado superficialmente (i.e., ¿por qué me va a interesar una película cuyos sufridos personajes muestran tamaña indiferencia ante la injusticia cometida contra esas inocentes criaturas?, no importa si yo mismo me embuto un seco de cabrito un día sí y otro también) ya que éste es el camino que suelen transitar las películas inspiradas en los más abismales posos de la insensibilidad humana. Más bien, después de que llegamos a un cierto punto, acertamos en adivinar que La buena estrella es sobre todo un drama interior, en el cual los tres protagonistas no podrán evitar enseñarnos de qué están hechos en todas sus aristas y dimensiones.


Por esto, la tragedia quieta, estoica, pero visceralmente desgarrada, como una vaca en un matadero, del noble carnicero Rafa (Antonio Resines), la prostituta tuerta Marina (Maribel Verdú) y el singularmente encantador pandillero Dani (Jordi Mollà), los ángulos indispensables de un ménage à trois tan impensable como revelador, logra dar en el blanco de todas las regiones a que apunta: la compasión, la solidaridad y la fe del espectador, entre ellas. Al cabo de una experiencia vital, lo sentimos, durante la cual hemos estado tan cerca de estos personajes, de estas personas, virtualmente, que hemos podido descubrir en ellos aquellas precisas cosas nebulosas que nos provocan aun pavor e inusitada admiración en nosotros mismos, que los hemos conocido y llegado a querer como a poca gente de la realidad circundante, recordamos por qué el cine es un arte infrecuente capaz de sumar más humanidad a la que poseemos y, encima, una privilegiada consciencia de ella. La buena estrella es una película de técnica sobria y espíritu superior que mira con objetividad resignada la manera terrible y natural, suave y conflictiva en que la noche y el día procrean, en su inextricable devenir circular, el mundo. 5/5