Aún recuerdo la experiencia de ver Rambo: First Blood Part II (1985) en una sala de cine, y tal vez nunca la olvide. Fue una de las primeras veces que asistí a una proyección por mi cuenta, y también una de las mejores: no me encontré inesperadamente con ningún conocido del colegio. Cuando ingresé a la sala, Rambo hacía ya bastante que lucía su taciturnia explosiva, y sin embargo me divertí de lo lindo, pese a no entender en absoluto no sólo la intriga política, sino tampoco la trama básica detrás de la acción. Y pensándolo bien, no hacía falta. En Rambo, el suspenso es tan denso y la violencia, sobre todo, tan urgente, que no existe el tiempo para la reflexión mínima, pero tampoco el silencio necesario a tal propósito. Sí, es la opinión de un adulto, y admito que un niño como el que yo era entonces quizá estaba mejor equipado para, no ya sólo comentar, sino también apreciar debidamente lo que Sylvester Stallone ofrecía. De todas formas, Rambo es una aventura con alma, y aún la prefiero sobre, digamos, un título más respetado como Los cazadores del arca perdida, que para la fecha de estreno del primer episodio de la historia de John Rambo (algunos meses después) ya era considerado un "clásico".
Palabra que nos lleva precisamente (acaso) a una pequeña obra maestra del género, en su filón más primario sin en ningún momento perder el norte ni la capacidad emocional que, todo hay que decirlo, alcanzó las características de los videojuegos, entumeciendo o más bien anulando en buena parte su limitada o no siempre interesante premisa original, en la ya referida secuela. Menos comercial, más oscura, Acorralado (First Blood, 1982) era el viaje de retorno a casa, la relación del conflicto entre el veterano de guerra y su ahora hostil ambiente nacional. El rostro impenetrable de Sly, más todavía que su admirable musculatura, no mucho después de haber sido comparado con Brando gracias a esa gran película que es Rocky, se convierte en el mapa a la vez críptico y reconocible de los traumas íntimos que acosan al hombre en sociedad.
Rambo es una suerte de criatura de Frankenstein: inocente y víctima, creado como una infalible máquina para matar, rechazado por culpa de las mismas cualidades individuales que lo consagraron en el campo de batalla, y por poseer un código moral que quienes lo observaban desde las butacas de los cines pretendían compartir --tal como la policía local que lo persigue pretende estar "defendiéndose" de él, implementando la justicia. En Acorralado, Stallone vuelve a brillar como guionista y actor, probablemente no en el mismo nivel de Rocky, pero sí en uno muy propio y respetable. La desesperada articulación de su malestar vital hacia el fin del metraje es una escena inesperada, inolvidable, necesaria en su contexto y toda una invitación a la reflexión acerca de un mundo absurdo y sumido en las tinieblas.