El campeón (The Champ, 1979) es uno de los finos ejemplos de aquello que se suele denominar, a veces de modo peyorativo, melodrama. Una historia de amor llena de realismo y de corazón, previamente filmada con el insoportable Wallace Beery en el rol del título.
Un padre y su hijo son los protagonistas. El pequeño T. J. es actuado por Ricky Schroeder en una de esas demostraciones de talento que son una revelación siempre, y que son menos frecuentes de lo que se cree cuando se piensa en los niños prodigios del cine. Ahí están sus escenas con Jon Voight y Faye Dunaway, pero también con Arthur Hill, Jack Warden y Elisha Cook, para más muestra. Schroeder es simplemente perfecto en su papel, y ciertamente la película no sería lo mismo sin su participación. Aunque si hemos de dividir las virtudes de El campeón entre sus actores, Voight es quien provee el realismo, la realidad necesaria para que la cinta viva. Por eso las mejores escenas son las que ambos comparten y nos hacen compartir.
Esta cinta posee algo de lo que debía de tener la tragedia griega en cuanto purificadora, instrumento de catarsis. Franco Zeffirelli en la silla del director no es, por tanto, una presencia sorpresiva. Su solvente puesta en escena de Romeo y Julieta en el cine, y su carrera dramática y operática daban fe de sus cualidades afines a este proyecto. Su sentido de la plasticidad envuelve el efecto emocional de sus imágenes en la aureola de un romanticismo auténtico. No hay vacuidad ni manipulación, todo lo que hay es una mirada sobre la vida que no evita la confrontación de ambos lados, el real y el ideal.
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