viernes, 28 de mayo de 2010

Versos de cine


Primero: Aquel antiguo debate sobre el cine de prosa vs. el cine de poesía estaba mal planteado --al menos en cuanto a los términos escogidos. La poesía en prosa de Juan Ramón Jiménez, por ejemplo, es exquisita (digan lo que digan Buñuel y Dalí).

Segundo: Y siguiendo con las contradicciones, a veces éstas son las que hacen posible el movimiento en su sentido positivo. Por más que se considere todavía que la adaptación que la neozelandesa Jane Campion hizo de la novela cumbre de Henry James Retrato de una dama en 1996 es una versión inferior y opuesta, nadie mejor que la autora de The Piano como exploradora de la misteriosa y fascinante psicología ofrecida en sus páginas.

Nicole Kidman, en el rol para el cual nació como actriz, encarna la vulnerabilidad, la pasión y toda la compleja feminidad de Isabel Archer, la heroína jamesiana, y su presencia es el centro y la esencia de la filigrana fílmica. Al igual que el novelista, la cineasta es una esteta incomparable y no por ello superficial. Isabel surge de entre las imágenes como su legítima razón de ser, nunca un objeto en sí misma, por más enigmática o incomprensible que pueda ser para algunos espectadores, menos por motivos históricos que de género. El tema principal de la película es el destino de la mujer, y su carácter intemporal, íntimo.

Los peligros que acechan a la joven protagonista son el resultado de su propia inocencia, no de las sombras en las cuales se cobijan. Es por eso que John Malkovich es un Osmond ideal --si es que existe tal cosa como la vileza ideal. Pese al cuidado en el detalle, si es que hay escenas que en The Portrait of a Lady parecen sin una lógica interna es precisamente porque se trata de un drama intenso, lleno de poesía.  

domingo, 23 de mayo de 2010

By any means necessary


Malcolm X (1992) es no sólo una obra excelente, sino que es también una obra maestra. Una obra excelente exhibe casi siempre una factura impecable, pero una obra maestra lo es cuando su nivel cobra una importancia que ninguna pericia técnica ni cien años de experiencia detrás o delante de las cámaras --en el caso del cine-- podrían alcanzar. Es entonces que la ficción o la no-ficción narrativa supera la brevedad del momento presente y se instala en una dimensión donde el tiempo se prolonga hasta incluso dejar de existir. El arte (en su mejor disposición) pretende cambiar el mundo, reparar su naturaleza injusta, a través de la mortal unidad del lector o espectador.

Como diría el Dr. Drew Casper en su audio-comentario de El loco del pelo rojo (Lust for Life, 1956), la épica cinta de Spike Lee es una biografía "moderna", en oposición al sentido clásico de la típica producción fílmica centrada en los pasajes de la vida de su protagonista, desde su nacimiento --a la manera consagrada por Charles Dickens en David Copperfield-- hasta su entierro. Además, el líder afroamericano tuvo en la controversia ética, social, política, una compañera constante y tenaz. Lo cual tal vez beneficia la fluidez de un relato episódico muy superior a otros de estructura semejante pero de índole diversa (la sobreestimadísima Amarcord de Fellini es un buen ejemplo).

Tal es la densidad intrínseca de Malcolm X, que el mensaje de una persona verdaderamente extraordinaria, no importa la postura ideológica desde la que se lo mire, alcanza al espectador de cualquier rincón del planeta, pues la problemática racial es un asunto muy humano; sin embargo, tal hondura es también la consecuencia directa de la entrega de los cineastas, cuya misión fue narrar la odisea vital de una de las figuras más contrastadas, esquivas y esenciales del Siglo XX.

domingo, 9 de mayo de 2010

Mínimas


Lock, Stock and Two Smoking Barrels (1998): una pequeña joya narrativa, atravesada por un humor negro irresistible.



The Royal Tenembaums (2001): el gran Gene Hackman y poco más, en una promesa que no se cumple.



Go (1999): entretenimiento irregular pero inteligente (con Sarah Polley, cómo no).



Little Odessa (1994): suerte de Al Este del paraíso en versión gansteril y retorcida, con un (magnífico) Tim Roth extrañamente más parecido a Ricardo III que a Jimmy Dean.



Prince of Players (1955): la tragedia de los Booth, aristocracia del teatro americano anterior a los Barrymore, con John Derek como el magnicida John Wilkes Booth --su víctima fue Abraham Lincoln-- y Richard Burton como su esforzado hermano Edwin. Absolutamente recomendable.