Primero: Aquel antiguo debate sobre el cine de prosa vs. el cine de poesía estaba mal planteado --al menos en cuanto a los términos escogidos. La poesía en prosa de Juan Ramón Jiménez, por ejemplo, es exquisita (digan lo que digan Buñuel y Dalí).
Segundo: Y siguiendo con las contradicciones, a veces éstas son las que hacen posible el movimiento en su sentido positivo. Por más que se considere todavía que la adaptación que la neozelandesa Jane Campion hizo de la novela cumbre de Henry James Retrato de una dama en 1996 es una versión inferior y opuesta, nadie mejor que la autora de The Piano como exploradora de la misteriosa y fascinante psicología ofrecida en sus páginas.
Nicole Kidman, en el rol para el cual nació como actriz, encarna la vulnerabilidad, la pasión y toda la compleja feminidad de Isabel Archer, la heroína jamesiana, y su presencia es el centro y la esencia de la filigrana fílmica. Al igual que el novelista, la cineasta es una esteta incomparable y no por ello superficial. Isabel surge de entre las imágenes como su legítima razón de ser, nunca un objeto en sí misma, por más enigmática o incomprensible que pueda ser para algunos espectadores, menos por motivos históricos que de género. El tema principal de la película es el destino de la mujer, y su carácter intemporal, íntimo.
Los peligros que acechan a la joven protagonista son el resultado de su propia inocencia, no de las sombras en las cuales se cobijan. Es por eso que John Malkovich es un Osmond ideal --si es que existe tal cosa como la vileza ideal. Pese al cuidado en el detalle, si es que hay escenas que en The Portrait of a Lady parecen sin una lógica interna es precisamente porque se trata de un drama intenso, lleno de poesía.