Es virtualmente imposible caer en la tentación de etiquetar a The Lady from Shanghai (1947) como un film noir, no obstante las más persuasivas apariencias, sin dudarlo. Lo grotesco y el humor negro de Orson Welles se dan oportuna cita, así como su particular sentido de la composición del encuadre, en una puesta en escena donde cada pieza casi niega su propio rol en la historia --sacada de una novela ajena pero con la huella del autor de Mr. Arkadin en su nihilista versión final. Mutilada por Columbia, que impuso además la banda musical, La dama de Shanghai conserva intacto su sórdido atractivo.
Un año después de ser Gilda, Rita Hayworth es una letal sirena en esta película homérica con bastante de Kafka y Dostoievski. La escena en la que el antihéroe asciende a la cubierta del bote hipnotizado por su voz de hembra fatal sale directamente de La Odisea. Michael O'Hara (Welles) podría ser considerado como el reverso de la medalla comparado con Ulises. La ironía del realizador es por supuesto shakespeareana, pero el tono fatalista es cronológicamente anterior, y la humanidad corrupta de sus personajes se manifiesta ancestralmente predeterminada.
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