Antes de nada: mi sesión estuvo plagada por dos cosas: en el Cineplanet
al que asistí (en Lima), parecía que iba a ver esta especialmente anticipada película muy
bien, ya que no había nadie en las butacas inmediatas; sin embargo, luego se
hizo evidente un pequeño grupo bastante desagradable más arriba (se reían
holgadamente durante escenas como la de la muerte de Ben Parker, por ejemplo, …todo
el tiempo), y, además, el rollo se desintegró (cuando Peter y el Dr. Connors
tienen su primera entrevista) y la proyección fue interrumpida por muchos
minutos. Al volver --sin incluir la parte del diálogo que se quedó colgando--,
una bruja del grupo (que no lucía como Eva Green en Dark Shadows, por supuesto)
me arruinó el momento idílico entre Gwen y Spidey al cobijo de los pasillos
estudiantiles, presionando el interruptor de las luces de la sala justo al lado
de la pantalla. Y el volumen, mínimo durante todo el film, fue silenciado por
completo cuando empezaron los créditos finales --y todavía faltaba una escena. Lo
dicho, adoro ir al cine.
Y lo
que me queda de la cinta dirigida por Marc Webb --el mismo de (500) Days of Summer-- ha sido teñido por todo ello,
pero creo ser capaz de proveer algún testimonio objetivo. Se trata sin duda de
un producto hecho a la sombra del Batman de Christopher Nolan (The Dark Knight y su lastre moralizante, en particular), y hay
precisamente una oscuridad que se persigue conscientemente, una cierta densidad
gótica incluso. La fotografía es, pues, de una calidad claroscura en los
antípodas de la imagen diáfana que exhibía la historia contada por Sam Raimi en
Spider-Man (2002). En este sentido, los efectos especiales no son necesariamente mejores, pero sí han adquirido, dentro de las mejores escenas en
todo caso, un matiz realista que les concede una ventaja cualitativa casi cuántica con
respecto de la trilogía precedente (que contenía, sin embargo, una secuencia tan insuperable como la del tren en Spider-Man 2), puesto que el espectador es obsequiado con
otro nivel de ficción, uno menos superficialmente conflictivo y más intrínseco,
persuasivo. Tal nivel de la ficción --exactamente como uno de los tantos
niveles del sueño en Inception, de Nolan-- logra, no obstante, un éxito muy mediano en
esta recreación, tal vez demasiado limitada (el diseño del Lagarto es bastante incompleto y zafio) o repetitiva (y la dualidad del Trepamuros en manos de Raimi poseía más encanto..., ¿o era sólo Tobey Maguire?), del mundo del
superhéroe insignia de Marvel y Stan Lee (quien tiene un cameo imperdible, dicho sea de paso), al
menos en comparación con aquel absoluto renacimiento que fue el apoteósico
Batman Begins (2005). Mención aparte se merece la esplendorosa Emma Stone en el rol de
Gwen Stacy, personaje que antes estuvo a cargo de Bryce Dallas Howard (en la infravalorada Spider-Man 3), pero
que esta vez consigue un peso importante en la narrativa y cuya intérprete no
sólo adorna con sus pecas y sus ojos infinitos, sino que imbuye de una entidad
femenina afortunadamente muy de nuestros días.