When Harry Met Sally… (1989)
Para Chelsea
Tal vez mi sempiterno interés por lo romántico en su
acepción más idílica, más relacionada con lo femenino, tiene sus raíces en
eventos tan singulares para mí como el siguiente: Cuando yo era un niño
todavía, mi padre vio Harry y Sally y le encantó. Esto sucedió en la época en
que mi cinefilia no había cuajado aún en una vocación vehemente y sistemática;
ni era consciente de ella. Mi padre y mi hermana veían, de hecho, muchas
más películas que yo en mi adolescencia, aprovechando los ciclos televisivos de
matinée y demás. Los fines de semana, mi padre se quedaba a ver el cine
continuado de trasnoche cuando no había transmisión de alguna pelea de boxeo.
Fue una de aquellas madrugadas que yo pasé por la sala de nuestra modesta casa, y le pregunté acerca de la película que estaba viendo --en la cual aparecía este actor gracioso y pequeño acompañado todo el tiempo por esta chica
rubia y hermosísima, y varias parejas de avanzada edad hablándole cada tantos
minutos a la cámara, y en la que nada parecía ser acción ni aventura ni
violencia ni nada de lo que yo sabía que a él le atraía en una historia. Me
respondió que era una gran película.
Si tomamos en cuenta que el pequeño televisor a blanco y
negro en que mi papá supo apreciar la comedia de Rob Reiner y Nora Ephron no era
el medio más adecuado a su sofisticación humorística y audiovisual,
advertiremos o recordaremos la sutileza intelectual, sobre todo la naturaleza
amable que la impregna, una acaso inevitable sensación de déja vu tras tantos
rollos neoyorkinos del genio neurótico de Woody Allen --quien es una innegable
influencia en la cinta, pero sólo lo necesario, justo antes de complicar y
tergiversar las cosas: comparen sino a Sally Albright con Annie Hall-- y la casi
opuesta comodidad de sentirnos espectadores cómplices de una relación que nos
involucra con enorme facilidad, a lo largo de sus etapas durante doce años y
tres meses, como hombres y mujeres que somos, …y también como buenos amantes
del show business y de los standards de las big bands a través del cine americano
de la vieja guardia. Recordemos que el tema principal de la música popular ha
sido siempre el amor, y que no hay nada más íntimo, simple y enredado, antiguo y novedoso
al mismo tiempo. De ahí que, al son de Sinatra y durante otra Noche Vieja más,
dos amigos casi fraternos terminen estando completamente juntos.
Así pues, la universalidad y accesibilidad de Harry y
Sally son cualidades incuestionables para gente muy diversa, de cualquier edad
en cualquier parte del mundo. Rob Reiner llamó a Nora Ephron, escritora con ya un bestseller novelístico (Heartburn) y un exitoso film (Silkwood) en
su haber, para estructurar y desarrollar narrativamente un guión sobre
experiencias personales que después, en el transcurso de la preproducción y del
rodaje mismo del largometraje, serían compartidas y ampliadas por otros
miembros del equipo creativo. Esta clase de trabajo colaborativo, que incluyó
improvisaciones escénicas y diálogos interrumpiéndose constantemente como
marcas estilísticas de mucha importancia, muestra la impronta creativa de
Robert Altman, quien en un film sumamente subestimado --tal es Popeye-- había
optado por contar una historia vieja como el mundo de la forma más personal y
característica posible, creando en el ínterin una obra maestra de la adaptación
historietística, del musical y de la comedia a secas. A su vez, el director
Reiner utilizó sabiamente su condición de cómico nato para equilibrar lo que
era originalmente una exploración motivada a partir de su experiencia de hombre
recientemente divorciado y desorientado en su ansiosa nueva soltería. Ephron,
que en la mencionada Heartburn había vertido sus propias
emociones de mujer confrontada con una dura separación conyugal, era una
escritora y artista educada en la sonrisa (y la risa en el más ideal de los
casos) como antídoto contra la realidad destructiva: su humorismo era un festín
de optimismo que ni siquiera esperaba que el tiempo pasara y ya estaba
convirtiendo la oscuridad temporal en luz perseverante y triunfante. Es lo que
hace de Harry y Sally un clásico de la comedia romántica de todos los tiempos.
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