Esta bala es para ti
Probablemente
el film más fascinante e ideal jamás rodado, The Godfather (1972) tiene en el personaje del título a
quien es, aun mucho más probablemente, el mejor actor en la historia del arte
dramático. La ironía es que, cuarenta años después, el icono de Vito Corleone
permanece subestimado en su calidad de obra creativa o trabajo interpretativo,
e incluso todavía se dejan oír las voces sordas que comparan el retrato del Don con el de su heredero Michael, ejecutado por un Al Pacino irrepetible, o, peor aún, con aquella otra faceta del inmortal díptico
brandiano circa 1972-73, el ultraautobiográfico Paul de Last Tango in Paris.
Brando
es mi actor favorito, lo cual me señala inmediatamente como un cinéfilo muy
astuto o uno muy ocioso. Creo en mi especial sensibilidad hacia la actuación dentro del marco del ecran, y por eso no sé qué pensar de los críticos
profesionales que evidentemente acomodan su apreciación de un rol
cinematográfico en el rompecabezas como una pieza más a la vez que de
paradójica importancia: se me hace arduo confiar en su pretencioso
enciclopedismo desde entonces. No me extraña, pues, que esgriman puntualmente
el nombre de Cary Grant (uno de los grandes) como el de su actor favorito, o
que piensen que un pollo es más estúpido que ellos mismos. Declarar que Brando
es el más grande intérprete dramático en toda la historia del cine (al menos), no
es en absoluto superlativizar lo que ya no puede ser mayor, es simplemente un
acto de constatación. Y qué mejor prueba que la delicada fabricación de
filigrana, sutil como la propia sutileza, de un rol por el cual es generalmente
recordado e inefablemente subestimado a partes iguales. (Pero, ¿qué se puede
esperar cuando un autoproclamado experto en el film ignora que Robert Towne
escribió el diálogo entre Brando y Pacino en el jardín, o un insoportable vendedor
de libros o un ingrato pintor olvidable mutan --el horror, el horror-- en
pedantes críticos peritos exactamente en Brando?)
Los
necios, los pedantes, van a querer tener siempre la última palabra, van a
hacerte sentir mal (aunque no te corrijan ningún lapsus inexistente, con su
mera presencia) acerca de algo sobre lo que incluso tienes cierta experiencia o
conocimiento considerables, algo que disfrutas como Brando en el rol de Jor-El,
Brando como el Padrino. El colmo es que por tener esa última palabra,
demostrar su falaz superioridad, los necios desprecian tu opinión, que es, a
fin de cuentas, el conocimiento más valioso, más personal que tú, estimado
lector, posees. No importa si (todavía) ignoran o ya están enterados, por tu
forma propia de expresarte, por tu entusiasmo informado, de que no eres nada
despreciable o ignorante o digno de indiferencia genuina, ellos te responderán
invariablemente --e invariablemente belicosos, tajantes-- que tú no has visto a
Johnny Depp en entrevistas o que, en otro campo, Vargas Llosa no era un líder
del Boom; ambos hechos irrebatibles (uno privado, el otro público) de una
historia objetiva que niega sus negaciones, y, en consecuencia, a ellos mismos.
Todo por mostrar que lo saben todo, cuando, evidentemente, no saben nada. Es la
razón por la cual el Padrino sólo les impresiona como una presencia absurdamente mínima,
contrastable con las demás actuaciones dentro de una suma que las incluye a
todas y, por tanto, otorga a cada una su respectivo carácter de pieza necesaria
para completar perfectamente una trama así desvalorizada, un rompecabezas así
mejor inconcluso.
Vito
Corleone, el Padrino, es un personaje que no es en modo alguno inferior al Paul
de Last Tango in Paris --nunca lo fue--, y la posibilidad de comparación, de equiparación entre
ambos como selectísimos opera brandianos es en cierta medida la motivación
detrás de este artículo indignado y permeado por un reconocimiento del máximo
absoluto en el arte, ese espacio tan exclusivo, vasto y relativo: la
subjetividad. Tratar de comparar a los otros actores del mundo con Brando
siempre ha sido injusto, pero comparar a Brando con Brando no sólo es injusto
sino también conveniente, si no se hace desde la atalaya que hemos, con suerte,
derribado líneas más arriba --si se hace con respeto y apreciación del
interlocutor, del lector. Por ello, mi misión aquí ha sido la de restaurar la
admiración sensible e inteligente hacia el capo di tutti capi,
y no sólo aclarar su real posición jerárquica en el canon brandiano sino
también en el fílmico en general.
La
próxima semana:
2. Paul
está muerto: el Padrino lo envió a dormir con los peces
P.S. A propósito de The Godfather, un pedante siempre intentará transformarse en una suerte de ridícula Wikipedia parlante, obviamente inoportuna e inexacta, inequívocamente superficial. (O esgrimirá, en otro contexto, sus supuestas lecturas de Carson McCullers como defensa absurda ante la amenazante sensación de su propia vacuidad, jamás admitida. Pero esto, pese al Mayor Penderton, es historia de otro fuerte...)