Durante el auge de las llamadas JD movies --las iniciales son por Juvenile Delinquents, pero perfectamente podrían
serlo por Jimmy Dean-- gracias a Brando en The Wild One (1953) y, muy especialmente, el
éxito y consagración definitiva de toda una sensibilidad generacional debidos a
Rebel Without a Cause (1955) (realizada por Nicholas Ray, primer heredero de Elia
Kazan), la Metro produjo uno de sus films menos típicos y más socialmente comprometidos,
en una tradición que se puede rastrear hasta películas como Dead End (1937) y que tenía
ejemplos tan originales y recientes como Dino, estelarizada también por el
emblemático Sal Mineo --sin olvidar, claro, el fresco y visceral impacto de
Blackboard Jungle, del también kazaniano Richard Brooks, que empezó a borrar las
insuficientes cuitas de Andy Hardy como el púber marcado en el ecran. Sin permanecer en el ángulo paternalista de Jungle --algo perfectamente aceptable, y compartido por films didácticos de valor como Boy with a Knife--, Crime in the Streets asume la postura (desgarbada, a lo Dean) de Rebel, pero esquivando holgadamente las bajuras éticas de tantas JD movies desde entonces, que no eran sino cine sensacionalista, de explotación.
En esta oportunidad, la realización
corre a cargo de uno de los artistas más técnicamente prodigiosos del cine, Don
Siegel, y en el reparto podemos encontrar a Mineo, Mark Rydell y a James
Whitmore, el actor y profesor de actuación que alguna vez fue mentor de Dean --no como Lee Strasberg, que mucho menos enseñó nada a Brando. Haciendo
su debut en el rol protagónico, John Cassavetes lleva a cabo una asombrosa
interpretación rebosante de rabia y dolor adolescente, algo que de cierta
manera (en su brandiana raigambre poética) prolongó en Edge of the City (1957), el
debut directorial de Martin Ritt propiamente al estilo de On the Waterfront. Como
el mejor actor de la historia --y es inevitable imaginarse lo que habría hecho
su primer émulo, el inmortal Jimmy, en un personaje cortado a su medida-- bajo la
dirección del inimitable maestro Kazan, Cassavetes logra acaso algunos de los
momentos de sublimidad más humanos en una pieza dramática (escrita por Reginald
Rose, el autor de Twelve Angry Men), guiada con pulso firme por el director de
Dirty Harry y Charley Varrick, que se inscribe dentro de un subgénero
privilegiado e irrepetible, cuyos orígenes están en el nacimiento mismo de la
revolución actoral en el cinematógrafo, como podrán confirmar los lectores que
(re)visiten la prueba de cámara de Brando para el proyecto Rebel Without a Cause
rescatada en la última edición de A Streetcar Named Desire. 5/5