Una olvidada
obra maestra, poseedora de casi --casi-- tanta profundidad y poesía como las
gatas y los tranvías de su canónico autor, sirvió de base
a esta recordada adaptación con Laurence Harvey en, acaso, su rol más
emblemático --el Embajador del Miedo aparte. La relación de desencuentros entre
el crápula heredero del médico local y una solitaria solterona (Geraldine Page,
la Alexandra Del Lago de Sweet Bird of Youth, en otra profesional, aunque nada glamourosa,
interpretación) ilustra el esotérico tema williamsiano del binario materia/espíritu
mientras es alimentado por otros igual de recurrentes --y decadentes: la pérdida
de la juventud, las segundas oportunidades que nunca llegan, la atracción de la
virtud hacia lo efímero, el triunfo de la carne, la mortalidad del amor. La
película consigue momentos de innegable belleza --la fotografía es de Charles
Lang, DP en la esencial One-Eyed Jacks, del mismo año--, pero el guión es
tedioso y estático a pesar de sus esfuerzos por “abrir” la pieza (¿dónde estaba
el inimitable Kazan cuando necesitaban su consejo?), y la dirección ramplona y
carente de imaginación (estaba en el set de Splendor in the Grass) --noten los
brochazos caricaturales en el diseño de Rita Moreno, su basto progenitor y las
consecuencias fatales de su “orgía romana” en general. No obstante, las tablas
de Page, la figura de Harvey y, sobre todo, el arte de Williams hacen obligatorio
su visionado.3/5
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