La cámara prodigiosa de Karl Freund y
el aliento poético de F. W. Murnau al servicio --si acaso involuntariamente--
del lucimiento absoluto de las dotes histriónicas del titán de las pantallas
germanas, Emil Jannings, en uno de los trabajos actorales de más hondura y peso
dramático de que se precia la historia del cinema. Con hipnótica presencia y
desenvuelta sutileza, Jannings (entonces de sólo 45 años) encarna al orgulloso
portero de un hotel de lujo que, de la noche a la mañana, y debido a su
avanzada edad, es casi despedido para ser enviado más bien a limpiar las
letrinas y asistir a sus usuarios. El virtualmente militar uniforme de portero,
con sus grandes hombreras y brillantes botones, será una sombra del héroe, una
protagonista inanimada que, como un emblema pero también como una crisálida,
señalará el cambio, el instante de la tragedia que así remata, cual agónica
letanía, la más ordinaria e ilusa de las vidas… ¿O no? Se trata de un patetismo
bordado en oro, como un puente entre dos orillas, en una labor que además nos
legó al inolvidable Profesor Unrat de Der blaue Engel (1930) y al oficial en
decadencia de The Last Command (1928) --en ambas, significativamente, Jannings fue
dirigido por Josef von Sternberg, creador no de la presencia umbría de
Nosferatu pero sí de la tentación carnosa de Lola Lola: Marlene Dietrich. 5/5
viernes, 17 de abril de 2015
Suscribirse a:
Entradas (Atom)