Océanos de plástico, memorias que semejan alucinaciones o episodios de Las mil y una noches, y un hombre extraviado en la pesadilla infinita del amor como espejismo fugitivo. Il Casanova di Federico Fellini (1976) es una obra llena de soledad, minuciosamente teatral y fatalmente ambigua. El gran Donald Sutherland --quien inmediatamente antes había compuesto un inolvidable villano para Bernardo Bertolucci en la épica socialista Novecento-- interpreta al seductor veneciano como una figura trágica, un ser humano digno a pesar de la vanidad de su existencia. Fellini presenta a Sutherland afeminado, ridículo, objeto de admiración para la decadente sociedad europea del XVIII, que lo trata caprichosamente como a un señor o a un marginado. En verdad, no es que realizador y actor expresen perspectivas opuestas, sino que Fellini se halla tan atento a la creación de su mundo y a Casanova como producto natural de aquél, que Sutherland culmina una proeza al hacer de su personaje un espíritu absolutamente incomprendido.
Contradictoria y fantástica, la película es, no obstante o exactamente por eso, un perfil real (que no realista) de su protagonista, además de un fresco social notable. Tina Aumont resulta singularmente hermosa en el rol de la misteriosa Henriette. Atención a la banda musical, en la cual Nino Rota incluye una variación de "The Halls of Fear", el tema de la escena del hospital en The Godfather.
El libertino y su recreador: Sutherland desmaquillado y Fellini
No hay comentarios:
Publicar un comentario