jueves, 30 de agosto de 2012

El sí mágico de los niños


The Spiderwick Chronicles (2008) es una  aventura cinematográfica en muchos sentidos. Observar el desarrollo de su trama y el despliegue de los efectos audiovisuales confirma cuán lejos estamos muchas veces de saber en verdad de qué se trata una película hasta el momento mismo en que formamos parte de su audiencia, cuando la experiencia nos revela una vez más que es posible el milagro de retornar a la infancia perdida y a la sensación vivificante de ser niños nuevamente. Niños inocentes con una lucidez que les permite ver más allá de las apariencias mezquinas de la realidad. Es por eso, en primer lugar, que The Spiderwick Chronicles merece ser distinguida.

Así pues, nos encontramos frente a una aventura que incluso hace referencia explícita a aquellas de las que disfrutábamos cuando leíamos a Stevenson, por ejemplo, y un día parecía durar un año porque entonces sí duraba un día. Ésta es una descripción aún limitada, no sólo por lo breve, sino también por lo creíblemente fantástico o lo fantásticamente creíble, de lo que les sucede a todos los personajes de esta película llegado el momento de encarar su situación en el mundo, con respecto de sí mismos y de los demás. Apreciar como espectador el preciso instante en que ello es experimentado por los adultos de este universo delirante y sin embargo familiar por lo extrañamente reconocible que muestra The Spiderwick Chronicles, es algo singularmente conmovedor.

Porque lo mejor de todo es la sencillez con que nos es contada esta historia maravillosa, plagada de criaturas fabulosas y eventos inconcebibles en la cotidianidad que vivimos. El argumento de la película, de por sí encantador, podría resumirse como sigue: La familia Grace abandona su residencia en Nueva York para trasladarse a la casa que la madre (Mary-Louise Parker) ha heredado de sus antepasados los Spiderwick, una familia de excéntrica reputación en la cual el padre, Arthur Spiderwick (David Strathairn), pagó con su propia vida las inquietudes científicas que lo consumían, dejando en la orfandad a una devota hija que tuvo que ser recluida en un sanatorio para enfermos mentales. Es ésta, la tía Lucinda, ya una mujer anciana (Joan Plowright), que con esa decisión marcará el destino de su sobrina Helen y de los hijos de ésta, los gemelos Jared y Simon (Freddie Highmore x 2), y la adolescente Mallory (Sarah Bolger), quienes desde la noche en que toman posesión de su nuevo hogar empiezan a ser testigos de los fenómenos que ponen en evidencia la realidad alternativa que los circunda.

Lo mejor de la ficción escapista, cuando es lograda como la que comentamos, es que, precisamente la que conserva por siempre el sello de la inocencia infantil, es la más inteligente a la hora de comentar sobre la naturaleza de cosas tan complejas como el bien y el mal, sobre todo cuando estos temas son contrastados dentro de un marco tan conveniente como es el de el día a día que todos conocemos. La familia Grace tiene problemas de gente real, y la simplicidad con que esos problemas son resueltos hallan su perfección intachable en el ímpetu irresistible de la épica de la que The Spiderwick Chronicles consigue hacernos partícipes. La madre es resentida por Jared, el pequeño héroe de nuestra historia, porque se ha separado de su padre, y es en su desconocimiento de la verdadera razón de ese conflicto que encontrará la motivación necesaria para iniciarse en el descubrimiento del reino fantástico de su tío bisabuelo.

Por supuesto, la sombra de la mejor película de Steven Spielberg, E.T.: The Extra-Terrestrial (1982), planea sobre el caserón Spiderwick a lo largo de la cinta, pero de ningún modo a la manera de un nubarrón que avise de tormenta. Todo lo contrario, la única ambición de The Spiderwick Chronicles consiste en un sometimiento a las reglas de la fantasía y a una honestidad en general que son dignos de admiración.

De una belleza, por tanto, bastante suya, la película exhibe virtudes que aun en los apartados técnicos le son imprescindibles sin convertirla en otra película que se apoye en ellos hasta desaparecer como relato humano. La música original de James Horner y la diestra fotografía de Caleb Deschanel son en este punto prácticamente invalorables, tanto como el diseño de producción, la dirección artística y todos y cada uno de los efectos visuales y especiales.Y hablando de efectos, el veterano Nick Nolte tiene aquí un papel que, después de lo que hizo en el Hulk (2003) dirigido por Ang Lee, lo confirma como todo un monstruo del cine fantástico de nuestros días, en este memorable título que también se centra, y cuán significativamente, en las relaciones entre padres ausentes o negligentes e hijos que nunca olvidan.

sábado, 18 de agosto de 2012

Reimaginando Almodóvar: La mala educación (2004)


Bastante curiosamente, ésta es una buena película de Pedro Almodóvar, para nada un santo de mi devoción, pero a quien se debe reconocer un estilo propio que a veces, como en el caso que nos ocupa, funciona sin la pretenciosidad o el preciosismo de sus obras más infladas (ejem, Todo sobre mi madre, ejem). Pese a la puntual autoconciencia de “autor” que amenaza con entorpecerla, La mala educación demuestra oficio y sobriedad, y la riqueza de su construcción termina por convertirla en una experiencia audiovisual ingeniosa. Niveles de ficción que se superponen y un material evidentemente personal son las claves de la narración, cuyo difícil montaje y fotografía y dirección artística típicamente cuidadas y chillonas aderezan convenientemente y con sentido de lo esencial. Ésta no es, como podría decir alguno de sus personajes, una simple “película de maricones”, pero Almodóvar tuvo razón cuando afirmó que Gael García Bernal en el rol de la cabaretera Zahara parecía Julia Roberts.

sábado, 4 de agosto de 2012

La metáfora del juego en David Fincher: Zodiac (2007)


Así como en The Game y en Fight Club, en esta controladamente cruel y sinuosa ilustración del misterio de uno de los serial killers más infames de América, Fincher muestra dos posibilidades: Nicholas o Conrad Van Orton, Tyler o el narrador anónimo, el pederasta o el cartelista cinematográfico. Dos posibles asesinos, pero también --como ocurría en las cintas anteriores-- dos opciones, no exactamente morales, sino de acción emotiva por parte del espectador, que de esta manera tiene que decidir de qué lado está su empatía o condena: si repudia a Conrad o entiende sus ambiguos sentimientos hacia su frío hermano, si tiene fuerzas para oponer alguna lógica burguesa al magnetismo de Tyler y así proteger su ego de espectador/cómplice, si la respuesta a la inconclusa investigación de unos horrendos crímenes debe ser dictada por su angustia virtual o su frustración intelectual --Zodiac no es un film de David Lynch.