Bastante curiosamente, ésta es una buena película de Pedro Almodóvar,
para nada un santo de mi devoción, pero a quien se debe reconocer un estilo
propio que a veces, como en el caso que nos ocupa, funciona sin la
pretenciosidad o el preciosismo de sus obras más infladas (ejem, Todo sobre mi madre, ejem). Pese
a la puntual autoconciencia de “autor” que amenaza con entorpecerla, La mala
educación demuestra oficio y sobriedad, y la riqueza de su construcción termina
por convertirla en una experiencia audiovisual ingeniosa.
Niveles de ficción que se superponen y un material evidentemente personal son
las claves de la narración, cuyo difícil montaje y fotografía y dirección
artística típicamente cuidadas y chillonas aderezan convenientemente y con
sentido de lo esencial. Ésta no es, como podría decir alguno de sus personajes,
una simple “película de maricones”, pero Almodóvar tuvo
razón cuando afirmó que Gael García Bernal en el rol de la cabaretera Zahara
parecía Julia Roberts.
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