jueves, 15 de noviembre de 2012

Skyfall (2012)


Daniel Craig, en su tercera incursión como 007, protagoniza esta suntuosa y artística versión de las aventuras del espía con licencia para matar dirigida por Sam Mendes y estrenada en el 50º aniversario de la serie. La vulnerabilidad o fragilidad exhibida sin pudor, sobre todo en paralelo con los recursos físicos y mentales casi sobrehumanos que le han posibilitado una agradecida longevidad, matiza aún más el retrato hiperkinético y no obstante hondamente humano de James Bond que Craig lleva casi a sus últimas consecuencias en esta entrega, confirmando si cabe por qué es mi Bond personalmente favorito inmediatamente después de Sean Connery. De hecho, ésta es la primera vez que veo al 007 en la pantalla grande (buena copia y proyección completa en el Cineplanet Risso de Lince: cuándo aprenderán los fatales multicines UVK de Larcomar); Craig es el Bond de mi generación, o en todo caso del casino donde quien esto escribe transcurre sus noches tentando el destino.

La lectura que el relevo de Saltzman y Broccoli (Barbara remplaza a su difunto padre Cubby desde GoldenEye), junto con Mendes, hace de la historia luce más como una nueva vuelta de tuerca a la interpretación iniciada con Casino Royale, que por otro lado no fue la primera; las metamorfosis de Bond suelen ser más sutiles que las de Batman, quien, dicho de pasada, parece haber inspirado cierto tono íntimo y retrospectivo en esta pieza, por otro lado, también marcada por el déja vu inevitable y la ironía con tuxedo. Mendes ha impreso una inteligencia de lujo entre la acción y el vértigo, una sofisticación mental que la franquicia necesitaba inhalar desde los días del (tan superficial en comparación con Craig) Bond sobriamente monótono de Pierce Brosnan. Un disquete contiene la lista de terroristas más buscada, y el superagente es dado por muerto --parecía increíble y lo era, por supuesto-- hasta que anticipa su retorno retozando en los brazos de la bella chica de turno. Mientras tanto, el MI6 es blanco de un atentado que cambiará el curso de los acontecimientos para siempre. Baste decir por ahora que Dame Judi Dench es esencial en esta trama.


Acaso referirse a la belleza visual del trabajo de Mendes sea casi un lugar común dentro de cualquier comentario sobre su filmografía, pero creo pertinente observar que algunos de los momentos más sublimes en tal sentido, de un film del 007 o del director, se encuentran en Skyfall. Mendes no sólo domina la expresión plástica de sus imágenes, sino también la dramática: Javier Bardem resulta, con todo, uno de los villanos más fascinantes y retorcidos de la saga, aún si era de esperarse. Decimos “con todo”, puesto que en las películas de Bond se cumple aquel antiguo adagio hitchcockiano de que cuanto peor el villano mejor el relato, y además está el hecho de que a estas alturas el reciclaje es la marca inequívoca de fábrica y carácter: Bardem luce el pelo teñido de amarillo que ya Joseph Losey parodió en la delicada cabeza de Dirk Bogarde (Modesty Blaise), y el continente ominoso --al menos en estos casos lo es, como en otros más sugerente de Rochester o Heathcliff, y en otros de Goya y Rodin-- de un monstruo acojonantemente patético y de sexualidad omnívora desbocada (subrayando y haciendo del otrora subtexto de los Dr No y los Blofeld texto explícito, implícito en cada gesto trágico del actor). Lo que nos lleva al siguiente detalle: Bardem hace homenaje del John Malkovich de In the Line of Fire, y despliega o exhibe con desfachatez suficientemente ajena a la mesura todo, o eso podría decirse, lo que se espera del gran actor español Javier Bardem como villano en un film de James Bond. El casting es perfecto; la interpretación resulta quizá demasiado perfecta, demasiado funcional o redundante. Lo cierto es que se trata de una performance hipnótica, controlada por Mendes hasta el más mínimo descontrol manierista del inolvidable Anton Chigurh de los Coen.


En Skyfall, el frenesí continúa, pero se ha arribado a un punto donde el estilo debía ser más personal, menos formulista --aunque la fórmula siempre ha funcionado de lo lindo, y es lo que cada espectador y fan desea ver: acuérdense además de todo lo que esta fórmula consiguió en esas renovadas peripecias que fueron la audaz reinvención de Casino Royale y la amalgama compacta de Quantum of Solace, a cual más revestida de originalidad e ingenio narrativo. Es una especie de transición que con seguridad incuestionable se ofrece como un reto a todos los involucrados, incluida la audiencia, ya que James Bond retornará y estaremos esperándolo.

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