Acabo
de revivir esta joya artística del siglo pasado, y constato que es una de las
obras de John Ford que (al lado de otras como My Darling Clementine) más ha
espoleado mi imaginación, desde la infancia. Roddy McDowall, el pequeño Huw,
protagonista y narrador, parece salido de una novela de Dickens; hay un ajuste
entre rol e interpretación inexplicable sin la sensibilidad victoriana de actor
y director, respectivamente y en conjunto.
La
perspectiva de su memoria es la que nos revela los hechos que suceden, y, quizá
algo más delicado, cómo suceden. How Green Was My Valley es importante, talvez
sobre todo, porque uno de sus temas principales es la verdad, y la dificultad
de tal exposición está resuelta con sencillez y emoción en escenas
nostálgicamente objetivas, muchas de cuyas imágenes --el close-up de Huw
flechado por su cuñada (rubilinda Anna Lee), la silueta distante y evasiva del
ministro Gruffydd (paternal Walter Pidgeon) en las nupcias de su amada Angharad
(la excelsa Maureen O’Hara), la última vez que avistamos con vida al patriarca
Morgan (un nobilísimo Donald Crisp, tan ajeno a
Broken Blossoms)-- trascienden su efímera duración cinematográfica y se instalan
inmediatamente en el corazón. Su capacidad metafórica y su universalidad,
conseguidas precisamente a través de la fugacidad de unas impresiones mecánicas
en perpetua complicidad con el transcurso indetenible del tiempo, se encuentran
entre las cualidades conspicuas de esta perdurable, hermosa y honesta cinta.
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