lunes, 17 de diciembre de 2012

Juventud del Viejo Oeste: Seraphim Falls (2006)


La película Duelo de asesinos (Seraphim Falls) es un verdaderamente notable oeste, western, coboyada o cinta de vaqueros, como suele llamárseles indistintamente. Género cinematográfico por excelencia, el que describe la épica de la colonización y conformación de lo que hoy se conoce como los Estados Unidos de Norteamérica es también el género más universal de todos. Resistiéndose a la extinción total, vuelve a demostrarlo con este largometraje coproducido por la compañía de Mel Gibson y estelarizado por Liam Neeson y Pierce Brosnan.

Dirigida impecablemente por el televisivo David Von Ancken en el 2006, Duelo de asesinos relata una historia de venganza con un estilo que rinde un muy bienvenido homenaje a las colaboraciones que tuvieron lugar entre aquellos grandes del cine que fueron el realizador Anthony Mann y el actor James Stewart, que nos regalaron títulos como Bend of the River y Winchester 73

Lo primero que se ofrece al espectador es el retrato de un superviviente, un fugitivo que lucha por su vida sorteando las acechanzas de un grupo armado compuesto por quienes parecen ser unos asesinos a sueldo y su contratante, interpretado por el siempre imponente Neeson.

Una de las primeras sorpresas de Duelo de asesinos radica en la interpretación que del hombre cazado compone Pierce Brosnan, a priori tan creíble en una película del Oeste como podría haberlo estado, por sólo poner un ejemplo,  –-y si la memoria no me falla, lo estuvo, aunque no vi la película-- otro apuesto detective de la televisión, Tom Selleck; ya sea porque la calidad inmediata de su trabajo logra vencer cualquier prejuicio, o porque el efecto acumulativo de su obvia eficiencia termina haciéndolo impresionante. Lo cierto es, finalmente, que el de Brosnan es no sólo uno de los mejores trabajos de su carrera, fuera de toda duda, sino que además el personaje que tiene a su cargo se beneficia aun de esa apariencia de inexpresividad o excesiva contención que lastraba sus papeles anteriores, para aquí servir como nunca a una puesta en escena que lo exhibe justamente como la encarnación de la locura vital de la frontera, una suerte de auténtico Robinson Crusoe que ni el mismísimo Daniel Defoe habría trasladado con mejor fortuna a la imagen de celuloide.

La peripecia de nuestro héroe o antihéroe empieza con él llevando una desventaja tal con respecto de sus perseguidores, que verlo superar todas aquellas dificultades recuerda el deleite de los lectores de Julio Verne y su formidable Mathias Sandorf, para concluir con las referencias literarias. Este increíble hombre sin nombre, por el momento, se las tendrá que ver con sus enemigos amparado por la misma naturaleza que le es diversamente hostil, y por una inteligencia muy humana que le permite hacer un uso ideal de sus recursos físicos. Observada al detalle, ésta es una de las partes más interesantes de Duelo de asesinos, y la etapa que cubre se prolonga hasta bastante más allá de su primer tercio. Es ya en esta fase de la jornada llena de penurias del capitán norteño Gideon (que tal puede ser la somera identificación del personaje de Brosnan), que el actor muestra unas dotes dramáticas que muchos en la audiencia considerarán impensables hasta el momento en que tengan la evidencia frente a sus ojos.

Siendo la película una crónica dura y llevada a cabo con incontestable oficio, no se termina, por supuesto, en las bondades que su figura central le obsequia a Brosnan en términos de una oportunidad interpretativa sabiamente aprovechada, ni en el retrato humano que gracias a aquélla traza con singular mérito. Especialmente porque en una historia de venganza, y redención, como ésta, cuenta tanto un extremo como el otro. El grupo que persigue a Gideon es liderado por el coronel sureño Carver (Neeson), un individuo enfocado en una misión que tiene unos asideros mucho más sólidos de lo que uno podría pensar en un inicio.

No estoy refiriéndome aquí a ninguna hazaña de originalidad, pues, y creo que se da por descontado, no hay nada nuevo bajo el sol, porque no es necesario y porque el género del Oeste se distingue por solazarse en una cualidad mítica que, de tan inherente que parece serle, prácticamente le otorga su carta de presentación y su razón de ser esencial. El mérito de una buena historia de la frontera se encuentra en la elaboración que de elementos tan reconocibles por todo el mundo los cineastas de turno son capaces de ejecutar, con el resultado deseado de una originalidad que por sí misma no existe en la mayoría de las situaciones. Duelo de asesinos es una producción lo suficientemente lograda, vaya que sí, para regalar al género y a sus seguidores, que espero sean los cinéfilos de cualquier lugar, con nuevos bríos, con unos aires de renovación que no por ser espurios dejan de tener una legítima entidad.

sábado, 8 de diciembre de 2012

La vida es una ficción: Angel (2007)


La apasionada Romola Garai, quien actuó las escenas de la adolescente Briony Tallis encarnada en sus extremos vitales por Saoirse Ronan y Vanessa Redgrave en Atonement, vuelve para capturar nuestra atención con un rol previo (estrenado a inicios del mismo año), hecho a la medida de sus habilidades. Esta conmovedora cinta realizada por François Ozon es todo un ejercicio reflexivo, irónico, siempre abiertamente emotivo, y francamente satisfactorio acerca de la ficción y de aquéllos que la crean. Como en el metalingüístico film de Joe Wright, Garai encuentra a través de la escritura exactamente lo que el exterior le niega: la rubia actriz es la morena Angel Deverell, una quinceañera soñadora y ambiciosa, cuya indiferencia hacia la realidad gris y descolorida que la oprime no la libra de ser víctima sufriente y causante a su modo de tan mezquina dinámica; no obstante, será (y no podía ser de otra manera) ésta la plataforma de las fantasías que la niña concebirá en compensación (enderezando entuertos), convirtiendo pronto sus sueños en realidad --y, cual una iletrada Emma Bovary entregada al excluyente vicio de escribir, la realidad en sus sueños--, pero al más alto precio. Ozon narra su historia con música de Disney y colores absolutamente chillones, y la interpretación de Garai, una Scarlett O’Hara de porcelana en su dormitorio de cortinaje rojo obsceno, o una desfalleciente versión (otra vez, poco afecta a la lectura) de la pequeña heroína de A Tree Grows in Brooklyn (nunca jamás renunciando a su visión individual de las cosas), es una superficie controladamente histérica y naturalmente humorística, debajo de la cual existe un alma capaz de lo bello. Un joven Fassy (Michael Fassbender, flamante guerrero espartano en 300) hace las veces del irredimible chico malo que conquistará su amor; irredimible, es verdad, antes de las palabras que tejen la ficción. Entre ellos, el sempiterno tema de la persistencia del arte: la irrefrenable artífice de consumados best-sellers de dudosa calidad, y el atormentado pintor casanova que, a lo Van Gogh, será descubierto post mórtem. Sin embargo, y ejemplos de ello son precisamente autoras como Stephenie Meyer o J. K. Rowling, la obra fecunda y exitosa en vida puede llegar a cautivar la imaginación de una manera especial. Algo semejante logran Ozon y Garai con su creación cinematográfica, a la cual auguramos mayor longevidad.