La apasionada Romola Garai, quien actuó las escenas de la adolescente Briony Tallis encarnada en sus extremos vitales por Saoirse Ronan y
Vanessa Redgrave en Atonement, vuelve para capturar nuestra atención con un rol
previo (estrenado a inicios del mismo año), hecho a la medida de sus habilidades. Esta conmovedora cinta realizada
por François Ozon es todo un ejercicio reflexivo, irónico, siempre abiertamente
emotivo, y francamente satisfactorio acerca de la ficción y de aquéllos que la
crean. Como en el metalingüístico film de Joe Wright, Garai encuentra a través
de la escritura exactamente lo que el exterior le niega: la rubia actriz es la
morena Angel Deverell, una quinceañera soñadora y ambiciosa, cuya indiferencia
hacia la realidad gris y descolorida que la oprime no la libra de ser víctima
sufriente y causante a su modo de tan mezquina dinámica; no obstante, será (y no
podía ser de otra manera) ésta la plataforma de las fantasías que la niña
concebirá en compensación (enderezando entuertos),
convirtiendo pronto sus sueños en realidad --y, cual una iletrada Emma Bovary entregada
al excluyente vicio de escribir, la realidad en sus sueños--, pero al más alto precio. Ozon narra su historia con música de Disney y colores absolutamente
chillones, y la interpretación de Garai, una Scarlett O’Hara de porcelana en su
dormitorio de cortinaje rojo obsceno, o una desfalleciente versión (otra vez, poco afecta a la lectura) de la pequeña heroína de A Tree Grows in Brooklyn (nunca
jamás renunciando a su visión individual de las cosas), es una superficie
controladamente histérica y naturalmente humorística, debajo de la cual existe
un alma capaz de lo bello. Un joven Fassy (Michael Fassbender, flamante
guerrero espartano en 300) hace las veces del irredimible chico malo que conquistará
su amor; irredimible, es verdad, antes de las palabras que tejen la ficción.
Entre ellos, el sempiterno tema de la persistencia del arte: la irrefrenable
artífice de consumados best-sellers de dudosa calidad, y el atormentado pintor
casanova que, a lo Van Gogh, será descubierto post mórtem. Sin embargo, y
ejemplos de ello son precisamente autoras como Stephenie Meyer o J. K. Rowling, la
obra fecunda y exitosa en vida puede llegar a cautivar la imaginación de una
manera especial. Algo semejante logran Ozon y Garai con su creación
cinematográfica, a la cual auguramos mayor longevidad.
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