La película Duelo de asesinos (Seraphim Falls) es un verdaderamente notable oeste, western, coboyada
 o cinta de vaqueros, como suele llamárseles indistintamente. Género 
cinematográfico por excelencia, el que describe la épica de la 
colonización y conformación de lo que hoy se conoce como los Estados 
Unidos de Norteamérica es también el género más universal de todos. 
Resistiéndose a la extinción total, vuelve a demostrarlo con este 
largometraje coproducido por la compañía de Mel Gibson y estelarizado 
por Liam Neeson y Pierce Brosnan.
Dirigida impecablemente por el televisivo David Von Ancken en el 2006, Duelo de asesinos relata
 una historia de venganza con un estilo que rinde un muy bienvenido 
homenaje a las colaboraciones que tuvieron lugar entre aquellos grandes 
del cine que fueron el realizador Anthony Mann y el actor James Stewart,
 que nos regalaron títulos como Bend of the River y Winchester 73. 
Lo
 primero que se ofrece al espectador es el retrato de un superviviente, 
un fugitivo que lucha por su vida sorteando las acechanzas de un grupo 
armado compuesto por quienes parecen ser unos asesinos a sueldo y su 
contratante, interpretado por el siempre imponente Neeson.
Una de las primeras sorpresas de Duelo de asesinos
 radica en la interpretación que del hombre cazado compone Pierce 
Brosnan, a priori tan creíble en una película del Oeste como podría 
haberlo estado, por sólo poner un ejemplo,  –-y si la 
memoria no me falla, lo estuvo, aunque no vi la película-- otro apuesto 
detective de la televisión, Tom Selleck; ya sea porque la calidad 
inmediata de su trabajo logra vencer cualquier prejuicio, o porque el 
efecto acumulativo de su obvia eficiencia termina haciéndolo 
impresionante. Lo
 cierto es, finalmente, que el de Brosnan es no sólo uno de los mejores 
trabajos de su carrera, fuera de toda duda, sino que además el personaje
 que tiene a su cargo se beneficia aun de esa apariencia de 
inexpresividad o excesiva contención que lastraba sus papeles 
anteriores, para aquí servir como nunca a una puesta en escena que lo 
exhibe justamente como la encarnación de la locura vital de la frontera,
 una suerte de auténtico Robinson Crusoe que ni el mismísimo Daniel 
Defoe habría trasladado con mejor fortuna a la imagen de celuloide.
La
 peripecia de nuestro héroe o antihéroe empieza con él llevando una 
desventaja tal con respecto de sus perseguidores, que verlo superar 
todas aquellas dificultades recuerda el deleite de los lectores de Julio
 Verne y su formidable Mathias Sandorf, para concluir 
con las referencias literarias. Este increíble hombre sin nombre, por el
 momento, se las tendrá que ver con sus enemigos amparado por la misma 
naturaleza que le es diversamente hostil, y por una inteligencia muy 
humana que le permite hacer un uso ideal de sus recursos físicos. Observada al detalle, ésta es una de las partes más interesantes de Duelo de asesinos,
 y la etapa que cubre se prolonga hasta bastante más allá de su primer 
tercio. Es ya en esta fase de la jornada llena de penurias del capitán 
norteño Gideon (que tal puede ser la somera identificación del personaje
 de Brosnan), que el actor muestra unas dotes dramáticas que muchos en 
la audiencia considerarán impensables hasta el momento en que tengan la 
evidencia frente a sus ojos. 
Siendo
 la película una crónica dura y llevada a cabo con incontestable oficio,
 no se termina, por supuesto, en las bondades que su figura central le 
obsequia a Brosnan en términos de una oportunidad interpretativa 
sabiamente aprovechada, ni en el retrato humano que gracias a aquélla 
traza con singular mérito. Especialmente
 porque en una historia de venganza, y redención, como ésta, cuenta 
tanto un extremo como el otro. El grupo que persigue a Gideon es 
liderado por el coronel sureño Carver (Neeson), un individuo enfocado en una 
misión que tiene unos asideros mucho más sólidos de lo que uno podría 
pensar en un inicio. 
No
 estoy refiriéndome aquí a ninguna hazaña de originalidad, pues, y creo 
que se da por descontado, no hay nada nuevo bajo el sol, porque no es 
necesario y porque el género del Oeste se distingue por solazarse en una
 cualidad mítica que, de tan inherente que parece serle, prácticamente 
le otorga su carta de presentación y su razón de ser esencial. El mérito de una buena
 historia de la frontera se encuentra en la elaboración que de elementos
 tan reconocibles por todo el mundo los cineastas de turno son capaces 
de ejecutar, con el resultado deseado de una originalidad que por sí 
misma no existe en la mayoría de las situaciones. Duelo de asesinos
 es una producción lo suficientemente lograda, vaya que sí, para regalar
 al género y a sus seguidores, que espero sean los cinéfilos de 
cualquier lugar, con nuevos bríos, con unos aires de renovación que no 
por ser espurios dejan de tener una legítima entidad. 

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