Después de la
escalofriante Sisters (1973), la revelación de Brian De Palma
--34 años de edad-- llegó a las salas en la forma de una de las películas más
extrañamente originales y de más singular calidad que han aparecido en las
últimas décadas. Phantom of the Paradise es muchas cosas a la
vez, y lo que tenía sentido en el papel --De Palma escribió él mismo el guión--
conserva la disparatada lógica de los mitos recreados en la tiniebla de mentes
como las de Poe y quienes le siguieron en el quehacer literario, y la de
Hitchcock, su heredero cineasta. Sus imágenes vibran con el más inesperado
detalle de cada encuadre, y la multitud de referentes audazmente conjurados por
el director logra evitar el pastiche, arma de doble filo a la que De Palma ha recurrido
a lo largo de su carrera, desde Dressed to Kill (1980) hasta The
Black Dahlia (2006).
Título de culto donde los haya, Phantom of the Paradise ha sido
motivo de las opiniones más diversas y contrarias. Más allá de la constatación
de mi entusiasmo incondicional por ella, debo hacer lugar a la enumeración de
algunos elementos que a mi parecer integran el alma (trágica y primorosamente
grotesca) de esta obra maestra:
_ La idea y la estructura que desarrollan una historia tan novelesca y
reconocible en términos asombrosamente nuevos y exclusivamente fílmicos.
_ La divina música de Paul Williams, sagrado compositor que interpreta con
inquietante convicción el rol del satánico Swan.
_ William Finley como Winslow Leach/el Fantasma rezuma inadecuación social,
candor, vulnerabilidad e infinita tristeza. Jessica Harper es verosímilmente
angélica y ambiciosa como Phoenix, y el inefable Gerrit Graham retrata con suma
perspicacia al estrambótico Beef, la estrella del Hard Rock/Glam.
_ El inventivo trabajo de Larry Pizer tras la cámara, barroco y decadente por
donde se lo mire. (Colaborador de Karel Reisz durante los años 60, Pizer sería
el camarógrafo del documental que registró un concierto de Alice Cooper
presentado por Vincent Price en 1975, inmediatamente luego de diseñar la
fotografía en Phantom of the Paradise.)
_ El mal gusto y el fabuloso instinto diabólico prodigados en ciertas
escenas clave, tales como la de la frustrada primera audición de Phoenix.
_ La voluntad por parte de De Palma de pergeñar su trabajo sin limitaciones ni
coartadas de ningún tipo. Admirable es, por ejemplo, el tratamiento que se le
da al tema del doble o doppelgänger en una narración donde el bien y el
mal están aparentemente delineados con exactitud. Los claroscuros o zonas grises
que caracterizan no sólo a los personajes sino también a las relaciones entre
los mismos --¿es Swan el demonio encarnado?-- identifican la feraz labor del
cineasta en sus piezas más famosas o infames, Carrie y Scarface (1983).
2 curiosidades: la voz en off del inicio pertenece al televisivo Rod Serling, y
la exquisita Sissy Spacek, protagonista de Carrie dos años más
tarde, funge de vestuarista.