"Jesús" (Robert Powell) y Ian McShane, un Judas a lo Kazantzakis
El scope de una superproducción realizada por todo lo alto
junto con la reunión de muchas de las figuras principales del ecran e incluso
de los escenarios internacionales son rasgos que identifican a una maravillosa
interpretación de la vida de Cristo, que en Franco Zeffirelli tiene a un
legítimo y --admitámoslo ya-- superior heredero del modelo definido por George
Stevens y su Greatest Story Ever Told (1965), pero no son los únicos. Por lo pronto,
el guión del novelista y erudito Anthony Burgess (autor de la célebre novella moral A Clockwork Orange) y de la legendaria productora Suso Cecchi d’Amico plantea la continuación de la crónica
política ilustrada en el remake rayano de The King of Kings (1927), pero su ironía
intertextual resulta muchísimo más sugestiva en otros aspectos del relato; por
ejemplo, Herodes Antipas (Christopher Plummer) no es más que un aristocrático
proto-Humbert Humbert casado con la mujer de su hermano debido a su lascivia
indecible hacia la púber hija de aquélla, una Salomé que --también como en King of Kings (1961)-- nos invita a revisar
nuestra frágil memoria libresca para ceñirle el tierno pero resbaloso talle y
coronarla de una vez por todas como la primera Lolita de la historia universal.
La española Isabel Mestres, femme-enfant fatale
Por otra parte, el elenco pletórico de nombres se encuentra idealmente a la
altura de sí mismo: en general las actuaciones --y ya hemos mencionado la de un
príncipe del arte dramático-- son conmovedoras y parecen tocadas por una
inspiración poco menos que oportunamente divina. Destaquemos también a Olivia
Hussey en el rol de la Virgen María, una figura de intemporal adolescencia como
la quiso ver Miguel Ángel, porque, a diferencia de la hija de Herodías, es
fuente de vida; a James Farentino en el de Pedro, un torbellino de conflicto y
de fe que Jesús elegiría para liderar su Iglesia; a Peter Ustinov, el
inolvidable artista como degenerado de Quo Vadis (1951), en el de Herodes el Grande
(mejor dicho, el Infanticida); al moruno Yorgo Voyagis como José (el “padre”
humano de Jesús); al salvaje Juan Bautista encarnado por Michael York, el
pendenciero y felino Teobaldo de Zeffirelli; a la María Magdalena incorporada
por Anne Bancroft, lejos de la tradicional imagen juvenil de la mujer caída que
se halla aun en textos iconoclastas como La última tentación; a Ian McShane
como un Judas de inocencia a la vez perpleja y desconcertante, casi escrito,
precisamente, por Kazantzakis; al Pilato más culpable (y exculpador de los
judíos como “los asesinos de Jesús”) del cine, interpretado con escalofriante
convicción por Rod Steiger; y, como el Cristo, a un Robert Powell semejante a
un lunático o un selenita, que aúna la belleza poética de un ser alienígena --la
lectura más simple, sin embargo, también podría referirse al fenotipo de Jesús
como una entronización “racista”-- con el naturalismo
místico de un personaje del Greco hecho carne inmortal y sangre de
misericordiosa redención.
Se trata, por supuesto, y sin ahondar más en sus
cualidades, de una versión de obligatorio visionado para quienes, como quien
esto remata, siempre se encuentran en busca de la belleza de la verdad y la
verdad de la belleza, sin orden particular e injusto que lo bueno es uno y sólo
puede provenir de Dios.
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