It’s All About Love (Thomas Vinterberg, 2003),
cuyo título en Latinoamérica, Todo es por amor, es
imperceptiblemente equívoco, no puede ser vista como una película de romance
convencional, aunque lo sea en muchas formas. La idea de Vinterberg, miembro
del grupo Dogma y uno de los cineastas daneses con mayor proyección fuera de su
país, es hacer un comentario de dimensiones universales a través de una
historia pequeña y a la vez compleja, que mezcla una intriga internacional de
sabor añejo con las sorpresas futuristas de la ciencia ficción.
Un trabajo de autor que es todo acerca del sentimiento más manido por
cualquier género que se precie de ser artístico, y que en las manos del
ambicioso cineasta se convierte una vez más en objeto de un tratamiento
controvertido. Aunque el resultado no sea precisamente bueno, en opinión de
quien escribe este artículo.
Lejos de las propuestas estilísticas que marcaron cintas
pretendidamente iconoclastas como La celebración (Festen,
1998), dirigida por Vinterberg mismo, Todo es por amor relata las desventuras de una pareja de esposos cuya crisis
ya pasó, y cuyo divorcio es supuestamente inminente. Él es John, interpretado
por Joaquin Phoenix, y ella es Elena, la estrella mundial del patinaje sobre
hielo que encarna, con su mirada absorta de siempre, Claire Danes.
La época en la que transcurre la historia de estos amantes es la
tercera década del presente siglo; aparentemente la última, si creemos en las
imágenes extrañamente ominosas del filme. Amantes digo, porque está claro desde
el principio que vamos a ser testigos de una serie de anécdotas atípicas
marcadas por la predestinación y, luego, la tragedia. No estoy arruinando la
diversión a nadie, porque es el personaje de Phoenix el que se encarga de
hacérnoslo saber en una voz en off que es una de las primeras señas,
irónicamente, de lo difícil que será seguir los eventos de la trama.
Dificultad que el espectador no encontrará tan inoportuna, en
absoluto, como la impenetrabilidad de las causas y motivaciones que echarán a
andar la intriga, a todas luces diseñada a la sombra de John Le Carré y Alfred
Hitchcock (o más bien, Brian De Palma). No se trata, por supuesto, de que la
audiencia se haga de todas las claves, de que el misterio de las imágenes
desaparezca y se imponga lo literal, mucho menos la lógica que aniquila
cualquier creación artística.
Ya que las intenciones de Vinterberg y compañía pertenecen
evidentemente a la esfera del arte, sin embargo, las consecuencias de su
proceso creativo se advierten poco menos que abstrusas, desequilibrando de una
manera rotundamente perjudicial la unidad expresiva del conjunto por medio de
obstáculos innecesarios y redundancias que no pueden evitar ser destacadas
gracias a una edición que apela a la paciencia con demasiado rigor.
Por lo demás, la atmósfera onírica es en parte conseguida por lo
absurdo de la trama. Cuando la película empieza, John está por reencontrarse
con Elena para que ésta firme los papeles de su divorcio. Al no aparecer Elena
en el aeropuerto, agentes encargados de su seguridad escoltan a John hasta el
lugar donde se hallan también los demás miembros de su grupo, personas que su
esposo no ha terminado de conocer.
Después de una exhibición de patinaje durante la
cual John advierte que algo ocurre con la salud de Elena, ambos huyen, ayudados
por algunos amigos, de las garras de una mafia que prácticamente se ha hecho de
la vida de ella por completo, y que ahora amenaza con destruirlo a él. En su
huida, John descubre que la fidelidad de ciertos amigos a veces oculta razones
insospechadas o que da temor revelar. Casi tanto como el destino que les espera
a él mismo y al amor de su vida.
Para no descubrir detalles importantes de la trama que podrían ser
significativos para el disfrute del espectador, sólo diré que la ciencia
ficción se hace presente en esta película de un modo bastante creíble, y que,
no obstante, es una de las formas de la confusión o más bien del hastío en
medio de un enigma que luce superficial al tratar de contener al amor que se
profesan los desesperados protagonistas.
Con toda la apariencia de un telefilme europeo, Todo es por amor se prodiga en los primeros planos de
su pareja de héroes, como esperando que los ojos de Danes hagan algo más que
hipnotizar o reflejar las especulaciones de la accidentada audiencia. Hay,
sobre todo, un énfasis en la expresión delicada, sufrida y sin embargo elegante
en su compartida somnolencia de Phoenix, quien ofrece un desempeño que bajo
circunstancias distintas podría ser calificado como notable, pero que en las
actuales no estoy seguro de poder aplaudir.
Algo similar me ocurre con la aparición de Sean
Penn, en un papel que más que de reparto es una participación especial. En casi
la misma vena de su brevísima pero contundente actuación en Loved (1997),
Penn casi parece el corazón de una película con el alma dañada por los tiempos
modernos.
Muy bueno, me gusta! :) (Y)
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