El hospital del terror (Frágiles, 2005), dirigida por
el catalán Jaume Balagueró y protagonizada por la estrella televisiva
estadounidense Calista Flockhart, es un sólido ejercicio narrativo, una de esas
películas de género que se prodigan en un estilo virtualmente mimético,
rindiendo homenajes a diestra y siniestra en una tajante declaración de
adhesión a unas reglas a las que se ha dado lustre memorable e insoslayable
anteriormente; lo que no significa que el arte del bien contar sea un
territorio en el que no pueda germinar, como toda mies hábilmente sembrada, la
originalidad de lo conocido. Y ésa es precisamente la cualidad mayor de este
thriller fantasmagórico y melodramático, expertamente escrito y sumamente
entretenido. Los elementos típicos y los lugares comunes se hallan entrelazados
en un guión que funciona como un reloj, tan confiable como inexorable.
Desde su mismo título español, habla de la
vulnerabilidad de sus personajes y de la fortaleza admirable inherente a ella,
de la naturaleza humana y de lo tenue que resulta lo que nos separa de ese otro
mundo al que sólo es posible acceder a través del misterioso portal de la
muerte. En primer lugar, los niños, pacientes todos de un hospital en cuyo
siglo de existencia se encierra la experiencia de una injusticia que los exhibe
como emblema de ilusiones perdidas demasiado pronto. Asimismo, la enfermera
interpretada por Flockhart, una mujer que ya ni siquiera aspira a una redención
personal para ser capaz de respetarse a sí misma otra vez, sino para vivir en
un mundo cada vez más incomprensible e intolerante hacia la rectitud moral y la
bondad de espíritu.
Y también, cómo no, El hospital del terror aborda el
tema de la vida en sí, al igual que tantas otras muestras del género, con una
actitud que sorprende gradualmente al espectador, quien descubre en la película
bastante más que una vacía pieza de artesanía. La fragilidad de la condición de
vivir, exactamente a merced de fuerzas poderosas en grado sumo --y de nuestra
propia ceguera existencial al respecto--, es el tema de El exorcista (William Friedkin,
1973) y El resplandor (Stanley Kubrick,
1980), dos obras fundamentales que ciernen su sombra inspiradora en el camino
tomado por Balagueró y su equipo creativo.
Talentosamente explorado, el argumento de El hospital del terror puede
resumirse tal como sigue: Eventos aparentemente absurdos y gratuitamente
crueles han ocurrido en la británica isla de Wight a la llegada de una nueva
enfermera para el turno de noche de un recinto médico en estado de emergencia.
Amy (Flockhart), la enfermera, es una mujer aún joven con la marca de un
difícil pasado pintada en su rostro resignado y en su actitud persistente,
activa pese a todo y gracias a ese fuego que suele resurgir en las almas
golpeadas por la vida durante los momentos más complicados y oportunos. Entre
todos los niños víctimas de distintas enfermedades, degenerativas e incurables
muchas, una pequeña rebelde y especial, huérfana como Amy y que responde al
nombre de Maggie (Yasmin Murphy), nombre que escribe cuando se conocen, ayudada
por los cubos que usa para comunicarse con su amiga diferente, tal y como Regan
McNeil utilizaba la ouija en la pieza maestra de Friedkin.
Fracturas imposibles son sucedidas por muertes
de espanto a medida que el tiempo corre y la leyenda local, amiga no solamente
de Maggie sino también de otros niños residentes del hospital muchos años
atrás, empieza a ser tomada en serio. Los corredores umbríos y los espacios
desolados e inquietantes del vetusto edificio deben su icónica representación y
siempre efectiva apariencia, además de Kubrick, al subgénero de las casas
posesas y los recintos encantados en pleno, que incluye por ejemplo aquella intrigante
parábola acerca de la alta burguesía que Luis Buñuel realizó como El ángel
exterminador (1962).
En su primera incursión en el cine americano,
Balagueró --un maestro artesano con una sucinta filmografía que ya le había granjeado una legión de fervientes seguidores dentro y fuera de España por su
hábil manipulación de las convenciones genéricas del horror, correcta y
sugerente al unísono-- aprueba holgadamente, si no de forma sobresaliente. Su
estilo es en algún sentido un prodigio de economía, al desarrollar la narración
con un meticuloso ritmo audiovisual que nunca se desborda ni tampoco se queda
en lo escueto o no ilustrado. La música de Roque Baños es por ello notable,
tanto como la fotografía de tonos fríos de Xavi Giménez y la sensible
interpretación de una Calista Flockhart que se niega a ser recordada sólo como
Ally McBeal.
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