El título, entre lírico y
enigmático, de esta valiosa coproducción anglo-española --y, antes, de un
cuadro de Dalí-- surge de una de esas cálidas expresiones verbales de afecto
con que el autor de Bodas de sangre y Romancero gitano solía obsequiar a sus
amigos, especialmente aquellos otros dos genios con quienes formó el
triunvirato más formidable de la cultura europea todavía a principios del siglo
XX, Luis Buñuel y Salvador Dalí. Puntualmente dedicada a éste, las líneas (que
además sirven de epígrafe) establecen inmediatamente el tono de una bastante
sorprendente pieza de cine poético, en la cual el duende de Federico García
Lorca posee una presencia literal y literaria, felizmente comparable a la de
John Keats en otra celebración del arte escrito como es Bright Star (2009), una
recreación del amor constreñido por los límites de la realidad, tema central
también del filme que nos ocupa.
Genio y figura: Javier Beltrán es García Lorca
Corren
los años veinte y España sigue sumergida en un provincianismo que, no obstante
y pese a sus terribles consecuencias a la vuelta de la esquina, se ve superado
esta vez entre las cuatro paredes de un escenario privilegiado: la Residencia
de Estudiantes madrileña. Allí coincidirán y trabarán profunda amistad los
personajes que labrarían su leyenda: un Lorca (“la obra maestra era él”, dijo
su amigo Luis) sumamente irresistible, un Buñuel salvajemente instintivo, y un Dalí en excéntrica crisálida.
El guión dinámico y conmovido de la debutante Philippa Goslett es complementado
en su emoción e inteligencia por la dirección plástica y sensible de Paul
Morrison, diestro en el manejo de los diversos soportes y filtros que usa replicando
a Dalí y su lienzo. El elenco resulta asombroso: Javier Beltrán es un absolutamente excelente
Federico, su más que extraordinario, casi increíble parecido físico con el
granadino incluido; y Robert Pattinson demuestra una vez más por qué es acaso uno
de los actores más subvalorados --aun por el autor de esta nota-- del cine
reciente (de hecho, fue su retrato del eventual Avida Dollars lo que convenció
a David Cronenberg de su talento): lejos de evocar inicialmente los alucinados
ojillos de su archifamoso modelo, la mirada lánguida de Pattinson termina
luciendo (gracias a un arco dramático cuya natural evolución es sin duda virtud
original del guión, pero la contundencia de cuyo impacto no debe ser deslindada
de la realización, especialmente de un muy notable trabajo histriónico) la
misma locura egocéntrica, además de explicar el trasfondo doloroso que la
sustenta. El único que sale mal parado es, lamentablemente, el autor de Un
chien andalou; desde la nula semejanza del intérprete escogido hasta su escaso
tiempo en pantalla, un rol de cuasi-antagonista casi esquemático mediante, sin
embargo, se entiende que la producción se concentrase en el idilio Lorca-Dalí y
descuidase a un Buñuel (el de esta película) demasiado insignificante, simple e
incluso homofóbico --significativo defecto entre la felicidad efímera de noches
azules de luna llena y una muerte en Granada para seguir llorando al Poeta. De
todos modos, Little Ashes es una desgarradora revelación, un impresionista cuadro de época y
una verdadera historia de amor trágico --con ese sentimiento característico que fascinaba
a los surrealistas más románticos, como el propio Buñuel-- enmarcada dentro de
uno de los episodios más apasionantes de la historia contemporánea.
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