Más que mera comedia física, la que solían
practicar genios silentes como Buster Keaton debería ser puntualmente llamada
comedia atlética; por ejemplo, en Seven
Chances (1925), una virtual reedición extendida de su insuperable Cops
(1922), el archirival de Charlie Chaplin brinca a través de locuaces abismos y
huye de la codiciosa fauna femenina de todo un pueblo con la capacidad y
concentración de un sobrehumano corredor de fondo. Menos expresivo que el
inescrutable Keaton en su ordinario candor de all-American boy, Harold Lloyd no
puede ser subestimado, como lo demuestra su ejercicio de comedia atlética
emblemático, no por nada intitulado en español El hombre mosca. Persiguiendo
un soñado porvenir, Harold tendrá la fortuita oportunidad de escalar la fachada
del edificio de departamentos en el cual trabaja como un simple ayudante de
mostrador y de esta manera convertir en realidad el simulacro de éxito con que
ha persuadido a su definitivamente ingenua y poco menos que adorable novia (Mildred Davis, the Lloyd Girl). La histórica escena del héroe pendiendo frágilmente de un reloj es sólo
el momento culminante de un film tocado por la intemporalidad exclusiva de los
clásicos.
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