La
obra más controvertida del peculiar Vincent Gallo basa su originalidad, lícitamente, en una
serie de referentes del cine americano e internacional: hay quienes mencionaron Two-Lane Blacktop (1971), nosotros aún recordamos Teorema (1968) (el emblemático
“Tears for Dolphy” del soundtrack no es ninguna coincidencia), Bobby Deerfield (1977),
las producciones de Andy Warhol. Pero originalidad no siempre significa
efectividad, solvencia artística. The Brown Bunny es una road movie bastante
aburrida si no se le presta una atención aplicada, y puede servir como
diligente somnífero si se está falto de apropiado descanso… Sin embargo, con
todo y que no deja de ser en algún sentido una pieza frustrante por lo que
posee de potencial para haber sido algo más --aunque en ese caso probablemente
estaríamos discutiendo un film muy distinto--, Gallo narra en ella una historia
deshilvanada a la vez que indeciblemente trágica, con un protagonista que vive
desde dentro una evolución invisible para el espectador externo, a quien la
sorpresa del final revela no solamente el mecanismo anticonvencional del relato
sino también sus propias, individuales “limitaciones” (si se quiere llamarlas
así) a la hora de aproximarse a las imágenes de la contemporaneidad en la
pantalla.
Tal es que, con harta facilidad, el art film de nuestro comentario exaspera a una audiencia que no ve el
momento de que concluya, y además atiza su curiosidad respecto de la infame
escena por la cual (si es del género masculino, con mucha probabilidad) decidió
echarle un vistazo. Irónicamente, y acaso alguna porción de la platea llega
a ser consciente de ello, el acto sexual documentado --una felación practicada por el personaje de la actriz Chloe Sevigny-- es menos pornográfico que legitimador de un estilo
ajeno a las expectativas comerciales.
No
obstante, en medio de su montaje extremadamente laxo y su voluntad marginal --subrayados por la vocación underground de su ejecución minimalista--, The
Brown Bunny ofrece insulares momentos de una belleza iluminadora, arrebatadora,
incuestionable aun (o debería serlo, creemos) para los reticentes a sumergirse
en la aparente inercia vacía de su trama o para los no iniciados en una actitud
provocadora que va de la aprobada Buffalo ‘66 (1998) a los servicios carnales
propuestos en una página web. El cineasta no sólo se descubre como un artista
audiovisual en esas felices combinaciones de música y fotografía que producen
asociaciones íntimas de lo más insólitas y personales en lo profundo del
espectador (que todavía sigue viendo la película), sino que también las viñetas
existenciales que describen el periplo de su alter ego poseen una cualidad
mágica posiblemente extraviada en el tono hermético del relato, hasta que el intenso
remate del film se acerca a una cierta reivindicación de su expresividad, aun de
su característica global de inconexión.
Porque
eso es de lo que el individualista trabajo de Gallo (director, editor,
guionista, estrella, camarógrafo, etc.) trata: la irreversible soledad de un
individuo golpeado bajo por la vida, que se reconoce a sí mismo en otros seres (fantasías afectivas y fantasmas del pasado incluidos) e intenta
conectar con ellos, así como el espectador con él; aunque, como la existencia sin sentido que respira en cada
secuencia, estamos ante una desesperación que lo retiene alejado de los demás
tanto como nos sugiere que la tragedia del mundo es una experiencia compartida
por todos. De cualquier manera, el retrato del héroe afligido de The Brown
Bunny --Bud Clay, un corredor de motociclismo en ruta a través de los Estados Unidos hacia otra competición, aunque esto sea tan significativo como el inmanente descosido de su único blue jean--, con lo egocéntrico/narcisista que tiene todo el derecho de ser, nos
mantiene a una distancia tan insalvable de su propia interioridad, que cualquier
pepita de oro encontrada durante el trayecto es casi mejor considerada después de una experiencia cinematográfica
marcada por una cierta pasiva agresividad. Se trata de un objeto depresivo y
deprimente que persigue al espectador por días, pegado a sus talones. (La
calificación tentativa de 2/5 que le di al cabo de verla, hace una semana,
debe ser ahora un 2.5/5, más justo, creo, respecto de las concomitancias
señaladas en el presente artículo.)
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