Creo
deber a Guillermo Cabrera Infante y su devoción por la pulp fiction de Mickey Spillane/Robert
Aldrich el perturbador goce, ya por segunda ocasión, de una de las aventuras
más intrigantes, misteriosas y terroríficas del cine negro; aunque es posible
que haya entrado en contacto con sus ensayos al respecto después de mi
visionado original de una grabación en VHS del cable. De todas maneras, Ralph
Meeker, tan sensitivo ahora como arquetípicamente hard-boiled me pareció la primera vez, se sumerge en uno de
los universos más sorprendentes jamás concebidos al interior de un género con
ejemplos tan prestigiosos e inolvidables como Out of the Past y ambas versiones
de The Killers. La inventiva camarográfica --esas tomas en primera persona que
transmiten la tensión de Mike Hammer al volante, aquellas numerosas de las
extremidades inferiores de los gangsters o de la Christina encarnada por
Cloris Leachman casi cuales fetiches anti-buñuelianos (la erótica figura de Leachman no obstante)-- y el clima malsano que
se respira con claustrofóbica desesperanza en los espacios más abiertos y
prosaicos definen los rasgos de una trama nebulosa que va a perderse más aun en
la metafísica y el exterminio. Nihilista, misógina, cruda, reveladora, pero sin
embargo vista hoy desde fuera (como recomendaría el Baskerville de Eco) de la
América paranoica de la Guerra Fría, Kiss Me Deadly es una de esas obras que
--como Rebel Without a Cause, del mismo 1955-- ha crecido en riqueza de significaciones
e interés, convirtiéndose en casi otra película, una que, en su inspiración
fílmica y restauración oportuna, se muestra literalmente tan importante,
secreta e inconcebible cual halcón maltés transido y transformado en maleta deslumbrante,
abrasadora, lovecraftiana. Comprendamos a la mujer de Lot y revisemos,
celebremos, pues, a través de la mirada compulsiva y fecundamente
autodestructiva, uno de los relatos mitológicos del
celuloide.
viernes, 5 de octubre de 2012
Kiss Me Deadly... Twice
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