lunes, 25 de marzo de 2013

Crónica de un aborto: 4 luni, 3 săptămâni şi 2 zile (2007)



La producción rumana 4 meses, 3 semanas y 2 días, dirigida por Cristian Mungiu, es un drama que documenta en imágenes lo que significa el aborto para dos amigas estudiantes de universidad en una localidad y en una época en las cuales el costo ético resultará ser mucho mayor que el material. Y la crudeza de las situaciones que la película muestra sugieren una observación infinitamente objetiva, aunque sutilmente persuasiva, que guía al espectador en la busca de su propia opinión al respecto, tan inevitable como la apariencia cotidianamente áspera y el aire progresivamente decadente que se imponen hacia el final.

Durante los últimos días de la Rumania comunista liderada por el otrora héroe popular Nicolae Ceausescu, una de las más irónicas y trágicas épicas políticas de la historia contemporánea, se sucede una épica verdaderamente íntima, sórdida y banal, y sin embargo capaz de conmover a quien se aproxime al espacio vital de sus jóvenes y vulnerables protagonistas.

Ellas son Otilia (Anamaria Marinca) y Gabriela ‘Gabita’ Dragut (Laura Vasiliu), instaladas temporalmente en una residencia estudiantil o dormitorio que la narración nos indica posee similitudes sorprendentes con la atmósfera opresiva y carcelaria que entonces signaba fatalmente a un régimen y a una sociedad.

En ésta, entre otras muchísimas restricciones, el aborto es ilegal. El problema es, en el caso de una muchacha universitaria de cualquier lugar en el mundo, doblemente angustioso. La gravedad de sus implicaciones escapa a las casuales, ordinarias heroínas y al espectador mismo, quien las sigue, y con ellas a sus destinos, de la mano de una cámara nerviosa y solemne a partes iguales, con una mirada tan personal y un sentido de la oportunidad artística tan elegante, que nada queda por decir a pesar, o precisamente por, las elipsis y las palabras que dejan el verdadero quid del asunto entre líneas. Y qué asunto: uno que forma parte de la realidad universal de las mujeres, inmersas en el devenir de una existencia que a veces parece haberles concedido una libertad superflua, limitada por su naturaleza generosa y egoísta a la vez.

4 meses, 3 semanas y 2 días no solamente es la crónica lacónica e intransigente de la desventura de estas dos jóvenes mujeres, sino que es también y muy especialmente la crónica o la ilustración de su amistad, una relación auténtica entre dos seres humanos como pocas veces se atestigua, o intuye, en una pantalla de cine.

Lejos de los sentimentalismos a los que uno se ha acostumbrado en la descripción de tales avatares –incluso debido a cintas comerciales bastante buenas, como Thelma y Louise (Thelma and Louise, Ridley Scott, 1991)–, la amistad femenina, que según Shakespeare es la única relación amical verdadera, brilla con la oscuridad de sus últimas consecuencias en una serie de escenas que le brinda una calidad de sacrificio inusitada.

Lo sorprendente es que, dada la capacidad del cine para hacer que la audiencia experimente por sí misma cosas que ya han ocurrido como si fuesen nuevas, del momento, la anticipación o el carácter de previsibilidad que cada uno de los momentos cumbre o picos dramáticos posee es, paradójicamente, de un tipo que recuerda el efecto que tiene la audición de muchas piezas de Mozart, o, sin salir del ecran, el visionado de muchos thrillers de Hitchcock. La naturalidad con que todo transcurre es incontestable, y la experiencia del momento es ineludible en su impacto visceral y discreto, como una implosión subterránea.

La actuación de Otilia, quien sólo piensa en el mejor modo de ayudar a su amiga embarazada, exhibe las características de fortaleza, independencia y ánimo que se esperan de nuestro mejor amigo en tales circunstancias. Es a ella a quien precisamente le corresponde el rol de protectora y madre de una jovencita al parecer demasiado irresponsable, quien ni siquiera asume la responsabilidad de las consecuencias de sus actos en pleno.

Ante la conducta desamparada, inútil de Gabita, Otilia enfrenta el problema como si fuera el suyo propio o, mejor dicho, como si ella misma se lo hubiese buscado. Es una hermana legítima de Gabita, algo que ésta debió de intuir al presentarla como tal al contactar telefónicamente con el enigmático abortista Domnu’ Bebe (Vlad Ivanov en sólida interpretación).

En un intercambio de palabras que semeja más un conflicto de intereses materiales, que no morales o éticos, la estrategia de Bebe cierne su cada vez más ominosa sombra y termina por engullir vivas a las figuras de ambas, que se encuentran ya en un callejón sin salida alguna.

Es por eso que el punto de vista de Mungiu y compañía hace de la presencia de Otilia un eje, el objeto de carne y hueso privilegiado de esta jornada ajena al sensacionalismo. La apuesta formal de 4 meses, 3 semanas y 2 días se arrincona en el extremo opuesto del de otras películas que han tratado a la feminidad y su condición vulnerable y vulnerada, tales como las notables El silencio de los inocentes (The Silence of the Lambs, Jonathan Demme, 1991) y especialmente Irreversible (Irréversible, Gaspar Noé, 2002).

La mirada triste pero resignada, casi indiferente en cierto sentido, de este largometraje, incita la introspección y el compromiso del espectador con algo que se halla en cualquier calle de cualquier ciudad, y que no es exclusivo de la distorsión legítima pero en este aspecto incongruente de la que las imágenes en movimiento se han jactado por lo general desde su advenimiento a finales del siglo XIX. 4 meses, 3 semanas y 2 días es una especie de susurro desesperado, un grito de auxilio en medio de la nada y a oídos de todos.

sábado, 16 de marzo de 2013

A propósito de P.T.A.: The Master (2012)


Como alguna vez comenté sobre la entonces reciente noticia de esta nueva obra de Paul Thomas Anderson, cada estreno (ya más distantes unos de otros) de este señor es un motivo de celebración. Anderson es sin ninguna duda uno de mis realizadores favoritos, y Boogie Nights (1997) uno de mis films más personales de todos los tiempos. Dicho esto, la evolución de su autor hacia un registro formalista, más bien abstracto e intelectual identifica a The Master como el film obviamente menos ligado a Boogie Nights en toda su brevísima filmografía hasta hoy, y así en la pieza de P.T.A. que menos ha podido entusiasmarme.

Tal proceso de abstracción se inició visiblemente en There Will Be Blood (2007), pero ya había germinado en Punch-Drunk Love (2002), una comedia romántica absolutamente atípica en su género donde, no obstante, el creador de la también poética y emocionantísima Magnolia (1999) todavía despliega muchos de los recursos que lo aproximan al espectador de un modo entrañable: que lo atrapa por las entrañas, con la ideal semblanza del amor filial o amical. El estilo de Anderson era coral y moral como el de Altman --Boogie Nights es una obra sumamente moral, además de vitalmente colectiva--, y aunque The Master indica una cierta transición desde el estudio excluyente de la soledad de un grandioso personaje misantrópico como es el inmediatamente legendario Daniel Plainview, recuerde el lector aquella opera prima brillante que fue Hard Eight (1996) y su magro puñado de tahúres: Anderson dedicó la saga de Plainview equívocamente, en un gesto tardío, a Altman (debió dedicársela a Kubrick), y el también violento y errático protagonista de The Master no puede evitar la desesperada e incontestable, reveladora soledad de las muchedumbres, la inconexión deshumanizante de la comunidad. Su infortunio trashumante lo coloca literalmente en la nave de Lancaster Dodd (Anderson alumnus Philip Seymour Hoffman), el Maestro del título, líder de un culto científico-religioso que recuerda sospechosamente a la Church of Scientology tan popular entre ciertos miembros de Hollywood como impopular en otros medios. Al final de su jornada, es como si Freddie (Joaquin Phoenix) hubiese hecho un viaje en círculo, aunque su experiencia le ha abierto los ojos y enseñado a reír ante la vida que parece empecinada en marginarlo o dejarlo atrás.


Phoenix, Hoffman y la siempre hermosa Amy Adams están notables. Tanto ellos como la contrastada fotografía y el dominio completo que Anderson demuestra de los diversos elementos cinematográficos (guión, edición, musicalización, puesta en escena) hacen de ésta una historia imperdible para sus fans, más allá de cómo nos sintamos --melancólicos, satisfechos, perplejos, expectantes-- respecto del estadio actual (y futuro) de su narrativa.     

sábado, 2 de marzo de 2013

Dos historias bastante ordinarias… y Toby Dammit: Histoires extraordinaires (1968)


1. "Metzengerstein": El primer Poe está dirigido a la audiencia menos interesada por lo sobrenatural que por las delicias de esta parte del universo. Jane Fonda es absolutamente irresistible en la piel de la antiheroína, suerte de condesa Báthory o Lucrecia Borgia en su reencarnación ideal. Peter Fonda interpreta al solitario primo de quien Frederica Metzengerstein se enamora. A decir verdad, esta muestra de la personalidad exquisitamente erótica de Roger Vadim es un pequeño monumento al incesto. Entre los juegos sádicos y las sesiones orgiásticas, un infierno demasiado mundano y absurdo.


2. "William Wilson": Pionero tratamiento del tema del doble, adaptado por Louis Malle y protagonizado por Alain Delon. Éste había triunfado inicialmente como Tom Ripley, y Malle se especializaría en historias vividas con ambigüedad y en permanente conflicto moral, por lo que su reunión con tal propósito luce acertada. Sin embargo, y pese a la buena labor de Delon, la prosa de Poe se halla más lejos de Malle que de Vadim. El resultado es inoportunamente mecánico. De todos modos, es tan entretenido como provocador, y la bellísima Brigitte Bardot aparece en el reparto.


3. "Toby Dammit": Pálido como un fantasma y demacrado como un Dorian Gray arrepentido, Terence Stamp, el excelente protagonista de The Collector y Teorema, es Toby Dammit. Una decadente estrella de cine, británico seducido por la promesa de un Ferrari último modelo para ponerse a las órdenes de algún productor o director italiano de prestigio acaso internacional (¿Federico Fellini?), una víctima de las indulgencias más carnales y de los demonios que anidan en la soledad. "Toby Dammit", el episodio, reflexiona sobre el costo de la fama y la importancia de una individualidad madura y juiciosa; temas nada insignificantes en un mundo controlado por el adocenamiento, la dictadura de los sentidos y la injusticia como principio.


Las escenas más perturbadoras de Histoires extraordinaires se encuentran, cómo no, en esta obra maestra del terror cinematográfico. Desde el arribo de Toby al aeropuerto hasta su inesperada reacción ante su propia circunstancia, cada emoción y sentimiento originados por la pesadilla fáustica que se nos invita a compartir incluye el sello vertiginoso de lo ancestralmente reverenciado. "Toby Dammit" es probablemente la mejor película corta que Fellini ideó jamás. Su estilo característico, aquél en extremo artificioso que consagró Otto e mezzo, logra sin aparente esfuerzo capturar la angustia vital del lamentable personaje, a quien Stamp infunde una juventud escalofriantemente dilapidada. No estaría mal ver Casanova y este episodio juntos, y ponderar los resultados prodigiosos que su director obtenía de su trabajo con divos que además eran actores excepcionales. Por lo pronto, se puede aseverar que "Toby Dammit" exhibe esa armonía de cuya ausencia paradójicamente se benefició tanto el largometraje protagonizado por Donald Sutherland.