La
producción rumana 4 meses, 3 semanas y 2 días, dirigida por
Cristian Mungiu, es un drama que documenta en imágenes lo que significa el
aborto para dos amigas estudiantes de universidad en una localidad y en una
época en las cuales el costo ético resultará ser mucho mayor que el
material. Y la crudeza de las situaciones que la película muestra sugieren
una observación infinitamente objetiva, aunque sutilmente persuasiva, que guía
al espectador en la busca de su propia opinión al respecto, tan inevitable como
la apariencia cotidianamente áspera y el aire progresivamente decadente que se
imponen hacia el final.
Durante
los últimos días de la Rumania comunista liderada por el otrora héroe
popular Nicolae Ceausescu, una de las más irónicas y trágicas épicas políticas
de la historia contemporánea, se sucede una épica verdaderamente íntima,
sórdida y banal, y sin embargo capaz de conmover a quien se aproxime al espacio
vital de sus jóvenes y vulnerables protagonistas.
Ellas son Otilia (Anamaria Marinca) y Gabriela ‘Gabita’ Dragut (Laura
Vasiliu), instaladas temporalmente en una residencia estudiantil o dormitorio
que la narración nos indica posee similitudes sorprendentes con la atmósfera
opresiva y carcelaria que entonces signaba fatalmente a un régimen y a una
sociedad.
En ésta, entre otras muchísimas restricciones, el
aborto es ilegal. El problema es, en el caso de una muchacha universitaria de
cualquier lugar en el mundo, doblemente angustioso. La gravedad de sus
implicaciones escapa a las casuales, ordinarias heroínas y al espectador mismo,
quien las sigue, y con ellas a sus destinos, de la mano de una cámara nerviosa
y solemne a partes iguales, con una mirada tan personal y un sentido de la
oportunidad artística tan elegante, que nada queda por decir a pesar, o
precisamente por, las elipsis y las palabras que dejan el verdadero quid del
asunto entre líneas. Y qué asunto: uno que forma parte de la realidad universal
de las mujeres, inmersas en el devenir de una existencia que a veces parece
haberles concedido una libertad superflua, limitada por su naturaleza generosa
y egoísta a la vez.
4 meses, 3 semanas y 2 días no solamente es la crónica lacónica e intransigente de
la desventura de estas dos jóvenes mujeres, sino que es también y muy
especialmente la crónica o la ilustración de su amistad, una relación auténtica
entre dos seres humanos como pocas veces se atestigua, o intuye, en una
pantalla de cine.
Lejos de los sentimentalismos a los que uno se ha
acostumbrado en la descripción de tales avatares –incluso debido a cintas
comerciales bastante buenas, como Thelma y Louise (Thelma and
Louise, Ridley Scott, 1991)–, la amistad femenina, que según Shakespeare es la
única relación amical verdadera, brilla con la oscuridad de sus últimas
consecuencias en una serie de escenas que le brinda una calidad de sacrificio
inusitada.
Lo sorprendente es que, dada la capacidad del cine
para hacer que la audiencia experimente por sí misma cosas que ya han ocurrido
como si fuesen nuevas, del momento, la anticipación o el carácter de
previsibilidad que cada uno de los momentos cumbre o picos dramáticos posee es,
paradójicamente, de un tipo que recuerda el efecto que tiene la audición de
muchas piezas de Mozart, o, sin salir del ecran, el visionado de muchos
thrillers de Hitchcock. La naturalidad con que todo transcurre es
incontestable, y la experiencia del momento es ineludible en su impacto
visceral y discreto, como una implosión subterránea.
La actuación de Otilia, quien sólo piensa en el mejor
modo de ayudar a su amiga embarazada, exhibe las características de fortaleza,
independencia y ánimo que se esperan de nuestro mejor amigo en tales
circunstancias. Es a ella a quien precisamente le corresponde el rol de
protectora y madre de una jovencita al parecer demasiado irresponsable, quien
ni siquiera asume la responsabilidad de las consecuencias de sus actos en
pleno.
Ante la conducta desamparada, inútil de Gabita, Otilia
enfrenta el problema como si fuera el suyo propio o, mejor dicho, como si ella
misma se lo hubiese buscado. Es una hermana legítima de Gabita, algo que ésta
debió de intuir al presentarla como tal al contactar telefónicamente con el
enigmático abortista ‘Domnu’ Bebe (Vlad Ivanov en sólida interpretación).
En un intercambio de palabras que semeja más un conflicto de intereses
materiales, que no morales o éticos, la estrategia de Bebe cierne su cada vez
más ominosa sombra y termina por engullir vivas a las figuras de ambas, que se
encuentran ya en un callejón sin salida alguna.
Es por eso que el punto de vista de Mungiu y compañía hace de la presencia
de Otilia un eje, el objeto de carne y hueso privilegiado de esta jornada ajena
al sensacionalismo. La apuesta formal de 4 meses, 3 semanas y 2
días se arrincona en el extremo opuesto del de otras películas que han
tratado a la feminidad y su condición vulnerable y vulnerada, tales como las
notables El silencio de los inocentes (The Silence of the
Lambs, Jonathan Demme, 1991) y especialmente Irreversible (Irréversible,
Gaspar Noé, 2002).
La mirada triste pero
resignada, casi indiferente en cierto sentido, de este largometraje, incita la
introspección y el compromiso del espectador con algo que se halla en cualquier
calle de cualquier ciudad, y que no es exclusivo de la distorsión legítima pero
en este aspecto incongruente de la que las imágenes en movimiento se han
jactado por lo general desde su advenimiento a finales del siglo XIX. 4 meses, 3 semanas y 2 días es una especie de
susurro desesperado, un grito de auxilio en medio de la nada y a oídos de todos.
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