miércoles, 3 de abril de 2013

Reimaginando Almodóvar: Volver (2006)


Una soberbia actuación de Penélope Cruz lidera este viaje adentro de la madurez creativa de Pedro Almodóvar, por una vez (al menos) lejos de las huecas florituras de su supuesta identidad autoral. Volver se impone por eso como una de sus películas acabadas en la redondez de la verdad cinematográfica, una sencillez y una honestidad que ojalá existieran más allá de la temática escabrosa que, mejor (Carne trémula, Matador) o peor (Todo sobre mi madre, Laberinto de pasiones) planteada, inflama de alienación la estética más aberrante de su trabajo. Volver resulta por eso excepcional.


Trama que de potencial realismo mágico deviene en escalofriante y devastadora realidad con guiños al film (neo)noir y al neorrealismo incluidos, Volver --provisionalmente bautizada La abuela fantasma allá por su primer borrador-- es una clásica woman's movie, una cinta con el corazón apegado a y el alma anclada en el mundo de relaciones familiares y amicales que es siempre el universo femenino. Lo minúsculo del pueblo que sirve de escenario a la acción solamente deja constancia de la magnificación inevitable, de convicción enaltecedora, que todos y cada uno de los eventos en la vida sesgada de este estrecho puñado de mujeres tendrán que asumir como propia. Nada resulta más intenso que la experiencia personal. El misterio que la película propone es contemplado desde un fuera demasiado subjetivo: la dirección de fotografía y el montaje desnudan una historia tan conmovida (y conmovedora) como sus gestos, sus entonaciones y sus silencios, cubiertos por el espectador con los susurros de su propia aprensión o su íntima deliberación entristecida. El humor de Volver es casi un milagro: tal es la persuasiva verosimilitud de este film de Almodóvar, una pesquisa policial y fantasmagórica resuelta atando los cabos sueltos del día a día --o del largo viaje del día a la noche viendo un filme de Anna Magnani en la ausencia de los hombres, cuya presencia acompañando una interpretación de Gardel a ritmo de flamenco será tan ambigua y distante como la de los invitados a una fiesta con hitchcockiano cadáver virtualmente debajo de los postres.

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